Capítulo 1

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El despertador comenzó a sonar a las 7:00 de la mañana. Un brazo salió de entre un montón de sábanas y, tras varios intentos, encontró al molesto aparato y lo apagó. Kneisha se levantó con cara de cansancio, había pasado una noche mala, como solía ser de costumbre. Siempre tenía el mismo sueño, o más bien pesadilla, que la acosaba cada día y que luego era incapaz de recordar. Solo tenía vagas sensaciones de lo que experimentaba dormida y ninguna de ellas era buena. Esas pesadillas habían empezado el día de la desaparición de sus padres. Desde entonces la habían acompañado, implacables e infranqueables. Aunque había días en los que casi vivía sin ellas, había otros que eran más fuertes de lo que ella podía soportar. Normalmente tenía algo que ver con el estado de ánimo de Kneisha, así que tampoco se sorprendió de que hubiese sido una noche especialmente mala: ese día comenzaba las clases en su nuevo colegio y no le hacía demasiada ilusión la idea. Ella había sido realmente feliz en su antigua vida, tenía todo lo que una chica de su edad podía querer: era popular en el colegio, la gente se peleaba por ser su amiga, era una de las mejores estudiantes de su clase y no podía quejarse de su familia.

Pero ahora le tocaba empezar desde cero, y realmente odiaba lo desconocido y los nuevos comienzos. Le aterrorizaba tener que contarle a alguien toda su historia reciente. Quizás por eso no estaba demasiado entusiasmada con lo de conocer nueva gente. La verdad era que no le importaba pasar desapercibida. Tampoco es que tuviese planeado quedarse en el pueblito supersticioso para siempre. Solo por un tiempo, hasta que volviesen sus padres de su exilio. Porque volverían. De eso estaba segura o, al menos, intentaba estarlo. Volverían en un bonito momento de reencuentro, y le explicarían todo lo que había pasado. Normalmente, cuando estaba aburrida, acababa pensando en ese momento, y en cómo sería verlos de nuevo. Se imaginaba cómo le explicaban que se habían visto obligados a actuar así por cualquier motivo descabellado, desde que los perseguía alguien hasta que debían salvar la vida de cualquier persona. Sabía que nada de eso tenía sentido. Pero todo ello era mejor, mejor que el hecho de que se hubiesen ido sin más. Mejor que aceptar que nunca habían mirado hacia atrás, hacia ella. Mejor que pensar que serían felices allá donde se encontrasen, ya libres de su cargo. Y aún así, no podía evitar que tales pensamientos acaparasen su mente de vez en cuando.

Terminó de ducharse y bajó a desayunar a la cocina, donde Damon la esperaba con una sonrisa de oreja a oreja y una bandeja con tortitas en la mano. 

— ¿Nerviosa por tu primer día? ¿Tendrás ganas de conocer a tus nuevos amigos, no? Qué bien, esas eran otras preguntas que no le hacían nada de gracia. 

—Sí, impaciente —intentó que no sonara demasiado falso—. Me muero de ganas —no le estaba quedando nada natural. Intentó recordarse a sí misma que debía aprender a mentir mejor.

Damon puso cara de saber perfectamente lo que Kneisha estaba pensando. La verdad era que la comprendía bastante bien. De hecho, aunque ella no lo sabía, deseaba poder responder a todas sus dudas, pero sabía que el tiempo era quien tenía que encargarse de ello, lo sabía por propia experiencia. Aun así, puso todo su empeño en intentar ayudarla. 

—Kneisha, no tienes por qué estar asustada, de verdad. Sé que ahora mismo no puedes evitarlo. Sé que tienes miedo de no ser aceptada, de que te miren como a un bicho raro —eso no le importaba demasiado, más bien prefería que no la mirasen de ninguna manera—. Pero te contaré un secreto: todos lo tenemos. Sin embargo, estoy seguro de que vas a conocer gente maravillosa, y dentro de unas horas me podrás decir: "Tenías razón"; ¿vale? Además, recuerda que siempre tengo razón —terminó su discurso con una media sonrisa, que triunfase allá donde fuese.

Kneisha observó a Damon, el hermano mellizo de su madre. La verdad es que para ella era un gran apoyo. Realmente no podía evitar verlo como un hermano mayor; con sus escasos treinta y cinco años, Damon era un joven físico en la cumbre de su carrera profesional: empezaba a ser reconocido en los círculos científicos por unas investigaciones de las cuales Kneisha no sabría decir exactamente de qué trataban. No tenía pareja, pero era evidente que el único motivo era que él no quería. Su atractivo físico hacía que tuviese unas cuantas admiradoras: era rubio y con los ojos verdes. Sin embargo, todo podía deberse a la sumisión y devoción a su trabajo. A veces, podía pasarse horas y horas enfrascado en sus pensamientos, en cálculos inimaginables, en cosas que Kneisha no esperaba entender jamás. O, al menos, eso creía ella. Aunque eso sí, tenía fama de triunfar en sus salidas nocturnas con sus amigos, pero estas habían cesado casi totalmente cuando Kneisha se instaló con él. 

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