Capítulo 18

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Siguieron andando durante unos minutos más. Kneisha no tenía ni idea de a dónde se podían estar dirigiendo, no iban en el camino del bosque, tampoco parecía que fuesen a ir a la playa, ni a ningún sitio que ella conociese.

Empezó a oír jaleo, voces que parecían estar divirtiéndose. Y entonces cayó en que era viernes por la noche, y la mayor parte de la juventud de Littlemagic estaría de fiesta con sus amigos. Fijándose un poco mejor, se dio cuenta de que estaban en el centro del pueblo, donde los escasos pubs estaban situados.

—¿Me llevas de fiesta? —preguntó, con una mezcla de emociones, sorprendida porque quizás hubiese esperado algo más romántico, y deleitada al mismo tiempo porque siempre conseguía sorprenderla.

—Te llevo a hacer lo que el resto de las chicas de tu edad hacen: divertirse. Por esta noche, no vas a ser una Elegida, vas a ser una más.

—¿Del montón? Vaya a mí me gustaba ser original.

—No te engañes, nunca serás del montón.

—Estoy de acuerdo, nena —dijo el puertas al que Ángel estaba pagando por sus entradas.

Ángel terminó de pagar mientras lo fulminaba con la mirada. Una vez entraron, resultó que Kneisha no había acertado del todo con el tipo de sitio al que Ángel la estaba llevando. No era un pub cualquiera. Se trataba de una estancia de tres pisos, con mesas y sillones blancos repartidos por todos lados. La música no estaba demasiado alta, se podía disfrutar de las canciones y hablar al mismo tiempo. Había varias mesas de billar distribuidas a lo largo de los pasillos, y los camareros iban de un lado a otro ofreciendo copas. Se preguntó cuánto les había costado entrar allí, Kneisha no se había fijado.

—Vamos a esa esquina de ahí —dijo Ángel, mientras tiraba de ella con una mano en su cintura.

En el camino se encontraron con un grupo de chicos del instituto, que los miraron sorprendidos de que estuviesen allí y de que estuviesen juntos. Porque su proximidad no dejaba lugar a dudas de que no eran solo dos amigos saliendo un rato.

Kneisha se sentó y Ángel se sentó al lado suyo.

—¿Por qué haces esto? —preguntó ella.

—¿Por qué no iba a hacerlo?

—¿Quieres dejar de responder a mis preguntas con preguntas? —dijo ella, irritada.

—No sé, ¿quiero? —dijo él, ya riéndose de ella—. No te he traído aquí sin ningún motivo. Pero antes de revelártelo, vamos a disfrutar un poco.

—¿Cómo?

—Vamos a bailar.

—Ya estamos. Creía que ya habíamos hablado de esto: yo no bailo.

—Yo también creía que había quedado bastante claro que conmigo sí bailas.

—Ángel son mis principios, no intentes cambiarlos.

—Yo no cambio tus principios. Yo podría cambiar tu vida.

—Mira que no eres engreído ni nada, ¿eh? —dijo ella, sin saber muy bien cómo reaccionar.

—No, soy realista. Es un hecho —insistió él, sabiéndose dueño de su corazón.

—Ya —no le gustaban los juegos—. No lo dudo —él la miró sorprendido, no esperaba que cediese tan pronto—. A peor, seguro.

Ángel empezó a reír, echando la cabeza hacia atrás, mirando hacia el techo de cristal a través del cual se divisaba el cielo. Su pequeña Reina de los Siete Mares se hacía de rogar.

—Podría hacerte sonreír, podría cuidar de ti, podría regalarte miles de rosas y enseñarte miles de lugares, podría gastarte miles de bromas para que no parases de reír. Cogerte de la mano, llevarte a otros mundos, mostrarte todo aquello que aún no has visto, incluso podría morir por ti. Es decir, podría cambiar tu vida, para siempre, y a mejor. Si tú me dejas claro. Lo que no podría es vivir sin ti.

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