Capítulo 4

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—Camino hacia el desastre, lo sé, Damon. Ya nada puede salvarme. Ya no hay nada que merezca ser salvado en mí —susurró Elisabeth, presa de la tristeza, sin entender aún cómo habían llegado a eso. En medio de la oscuridad de la habitación, su pelo rojo parecía apagado, o quizás se debía al nerviosismo que últimamente sentía a todas horas.

—Nunca ha sido fácil, Eli, nunca. Pero tienes que creerme, no quiero que te hagan daño, tienes que creerme. Tengo que intentar salvarte. No puedo perderte a ti también.

La pequeña Kneisha, con sus apenas cuatro años, no alcanzaba a entender por qué discutían tío Damon y su madre, pero sí que sabía que no debería estar escuchando. Era una niña lista para su edad y sabía interpretar lo que sentían los mayores. Sin embargo, tenía miedo de que, si se iba, la escucharían. Y eso sin duda haría que se enfadasen aún más. No podía permitirlo, le desgarraba su pequeño corazón ver cómo se enfadan con ella, o leer la decepción en sus ojos. Así que se quedó allí, a pesar de que sabía que no debería.

—Tenéis que dejarme que os ayude, a ti y a Evan. He hablado con él y dice lo mismo que tú, que ya no hay marcha atrás. Pero la hay. Déjame intervenir, por vuestro bien. Por el de Kneisha.

Kneisha se sobresaltó al escuchar su nombre. Le gustaba tío Damon, era muy simpático, y siempre le traía regalos de todos los sitios a los que viajaba. Pero no entendía qué era lo que ocurría que siempre que los visitaba, el ambiente acababa siendo tenso y de tristeza.

—No podemos, Damon —intervino Evan, que había entrado en la habitación, con su pelo oscuro y la barba que hacía unos días que no se afeitaba, presa del pánico ante el rumbo inevitable que tomaban sus vidas—. Y creo que es hora de que vuelvas a Littlemagic —dijo con tono severo—. No hay nada ya que puedas hacer aquí.

Evan no podía evitar odiar a Damon con todo su alma. Era algo ancestral, algo que había surgido cuando ambos eran jóvenes. Algo que, quizás, ninguno de los dos consiguiese superar nunca. Pero aún así, era el tío de su hija, y no podía hacer nada por cambiarlo.

Kneisha seguía muy quieta en su escondite, con los dedos cruzados, esperando que nadie la descubriese. Por eso se alegró, cuando, ante el último comentario de su padre; Damon se giró apesadumbrado y se dispuso a salir. Pero iba en su dirección y la iba a descubrir, no había escapatoria.

Damon la observó con sus penetrantes ojos verdes, como tantas veces haría en el futuro, y le guiñó un ojo antes de marcharse sin decir palabra. Kneisha decidió que tío Damon le caía incluso mejor.


Kneisha despertó de nuevo entre pesadillas, o quizás fuese un recuerdo almacenado en su mente. No estaba segura. Pero en cualquier caso, había sido muy intenso. Puede que más fuerte de lo normal. Lo que no era de extrañar, teniendo en cuenta el estado de ánimo con el que se había acostado la noche anterior, tras discutir con Damon.

¿Por qué nunca le contaba nada? No solo era todo lo relacionado con los hermanos, sino su convicción de que él sabía algo sobre sus padres, algo que se estaba esforzando mucho por ocultar. Sus recientes descubrimientos sobre Ángel y Sarah no habían hecho más que avivar la sensación de que Damon escondía muchas cosas. Demasiadas cosas.

Y ahora ella se sentía muy confusa. No sabía cómo interpretar todo lo que había pasado. ¿Debía dejarlo pasar? Pero, si Ángel y Sarah iban a formar parte de su vida, debería conocer su historia. ¿Debía enterarse poco a poco, tal y como decía Damon? Realmente no creía que esa fuese la solución. Ya había dejado demasiadas cosas pasar.

Se dio una ducha y se peinó mientras se miraba en el espejo. Había cambiado mucho en este último verano. Quizás no tanto físicamente, pero sí a nivel personal. Antes era una chica idealista, que soñaba con cambiar el mundo, que se imaginaba luchando por ello algún día. Sí, era un objetivo iluso pero noble. Sin embargo, en los últimos meses todo había cambiado. Ahora no era que fuese una cínica perdida, pero ya no pensaba igual. No creía que el mundo fuese digno de su esfuerzo, había perdido la esperanza.

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