Capítulo 11

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Llevaban toda la tarde buscando, pero Kneisha sentía que era absurdo. Se habían dividido en dos, Ángel y ella por un lado, y Damon y Sarah por otro. Pero aún así era imposible: Los Ángeles era demasiado grande, era como buscar una aguja en un pajar. Y, para colmo, Damon había perdido todo rastro. Y ella seguía teniendo miedo. Para ser más precisos, estaba aterrorizada. Decidió compartir su miedo con Ángel, tal vez estaba siendo irracional.

—Ángel, tengo miedo.

—No te preocupes, Knei, lo encontraremos. Estoy seguro.

—No me has entendido. Tengo miedo de no ser lo suficientemente buena —su voz se tornó en un susurro—. Tengo miedo de decepcionaros.

Ángel la miró de reojo, analizándola, antes de dar una respuesta.

—Eres más que suficientemente fuerte. Estoy convencido de que llegarás a ser la más fuerte de los cuatro. Pero es normal que estés asustada. Sin embargo, no debes estarlo, eres poderosa, te lo prometo —y, quizás, fue el tono en el que lo dijo, o la seriedad que mostraba su rostro, lejos de la burla que a veces leía en sus ojos, pero Kneisha le creyó. Se sintió un poco más tranquila.

Cuando se reunieron con Sarah y Damon, estos no parecían traer mejores noticias que ellos, pero se había producido un gran cambio en Sarah. Había algo en su rostro y en su postura: quizás era determinación, venganza o rabia. En cualquier caso, a Kneisha no le habría gustado estar en la posición del Guerrero cuando este se cruzase con Sarah.

Estaban desalentados y desanimados, ya no sabían qué era lo que podían hacer. Alquilaron dos habitaciones en un pequeño hotel de playa. Kneisha y Sarah compartían habitación, pero ninguna de las dos concilió el sueño. Kneisha podía notar la tensión que emanaba su amiga y, nuevamente, se sorprendió de lo feroz que podía llegar a ser.

Pasó otro día en vano, pero no encontraban nada. Estuvieron preguntando a la gente de la zona del aeropuerto si habían visto algo inusual. No podía ser tan fácil para el Guerrero pasar desapercibido por la calle. Pero para desgracia de ellos, era época de fiestas de disfraces, y nadie parecía haberse percatado del enorme Guerrero. Ya empezaban a darlo todo por perdido, cuando algo ocurrió.

Al principio fue un pequeño temblor del suelo. Después, fue en aumento. El suelo se resquebrajó. Sarah casi pierde el equilibrio. No fue suficiente para que las casas se vinieran abajo. Fue como un susurro, como un grito ahogado, quizás como si la tierra pidiese ayuda. O como si Michael pidiese ayuda. Siguieron la brecha que se abría ante sus ojos, con cuidado de no caer, usando en ocasiones sus poderes mágicos para volar ligeramente, protegidos como estaban de las miradas indiscretas de la gente, refugiadas en sus hogares. Llegaron a un almacén. Estaba cerrado pero no les costó demasiado forzar la entrada.


Michael vio un destello de luz, ¿había funcionado? ¿Lo habían entendido? No pudo pensar mucho más, estaba semiinconsciente, pero antes de cerrar los ojos, los vio. Vio sus figuras recortadas a contraluz. Vio a Sarah. Una última vez, tal y como había deseado. Cerró los ojos.

—¡Cuidado! —exclamó Ángel, justo a tiempo de interponerse en el camino de Kneisha y una cuchilla lanzada por el Guerrero, el cual parecía sorprendido de que hubiesen encontrado su escondite. Le arañó el brazo, pero a él no pareció importarle, porque se lanzó al ataque con un rápido movimiento que desconcertó al Guerrero.

Entonces Kneisha vio por primera vez con claridad al Guerrero. No sabía nada de ellos hasta que Michael había sido capturado y nadie le había contado mucho, ya que no había tiempo para ello. Sabía que eran más altos de lo normal y que eran luchadores del mundo de Michael. Pero lo que vio, no se lo habría imaginado ni en sus peores pesadillas.

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