Capítulo 10

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Kneisha y Ángel se dirigieron de vuelta a casa. Kneisha se sentía en parte cohibida debido a la evidente influencia que Ángel había demostrado tener sobre ella, pero al mismo tiempo se sentía exaltada. Sus recientes logros la llevaban a creer, quizás por primera vez, que sería capaz de cumplir con su destino, que estaba preparada y era tan digna como los demás para la misión que se le había encomendado. Sentía por primera vez que esa lucha era su lucha. No pudo evitar sonreír.

Pero su sonrisa se desvaneció en cuanto cruzaron la puerta de la casa de Ángel. Encontraron a Sarah sumida en lágrimas. Su rímel se había corrido por todo su rostro, lo que solo contribuía a otorgarle un aspecto más trágico, si eso era posible. Aún así, y bajo esas condiciones, era bella, pensó Kneisha.

—¡Sarah! —Ángel corrió a su lado, no podía verla así—. ¿Qué ha ocurrido?

Sarah pareció volver en sí, al menos lo suficiente para explicarse.

—He ido a casa de Mike y todas sus cosas estaban por el suelo, desgarradas, rotas. Él no estaba y había un mensaje escrito en la pared —sollozó, y su mirada se tornó bicolor debido a la intensidad de sus emociones cuando dijo—. Escrito en su idioma, Ángel. Escrito por un Guerrero. Decía que era el primero en caer...

Sarah se desmoronó y no pudo seguir hablando, pero para Ángel había sido suficiente. Sabía lo que tenía que hacer: llamar a Damon. Damon, como su protector, tenía muchas cualidades. Ninguno sabía exactamente cómo las había conseguido, pero podía hacer diversas cosas muy útiles. Y una de ellas era seguir rastros, como un depredador que persigue a su presa.

Llegaron a la casa de Michael un poco después que Damon. Kneisha observó lo que veía a su alrededor, como siempre hacía. Era un pequeño piso situado cerca del centro del pueblo, pero en una urbanización con vistas al mar, lo cual agradeció, ya que una vez más pudo sentir el efecto calmante del vaivén de las olas. Tal y como había dicho Sarah, todo estaba patas arriba. Los cojines estaban destrozados, con la espuma desparramada desde el techo hasta el suelo. Los cajones y armarios estaban abiertos, y la ropa estaba tirada en el suelo, con los bolsillos vueltos hacia fuera, como si alguien hubiera estado buscando algo en medio de ese caos. Todos sospechaban lo que podrían haber estado buscando: la Profecía. De repente, Kneisha vio el mensaje del que había hablado Sarah, pero no pudo entender sus palabras, ya que estaba escrito en una lengua desconocida para ella. Lo que sí pudo apreciar era que estaba escrito en tinta roja. Prefería no pensar en ello.

—El rastro está fresco. Has llegado a tiempo, Sarah, creo que podremos encontrarlo —dijo Damon cuando pareció salir de su trance.

—¿Y si es demasiado tarde? – susurró Sarah, incapaz de apartar sus llorosos ojos de la pared pintada—. ¿Y si ya no está...? —no podía decirlo en voz alta.

—No lo creo, hermanita —intervino Ángel—. Por lo que parece, han estado buscando algo. Dado que Michael no tenía nada, dudo que hayan encontrado algo. Así que, a mi juicio, Michael sigue vivo hasta que le diga al Guerrero lo que quiere saber. Vivo, pero dudo mucho que en buenas condiciones.

Kneisha no conocía mucho a Michael, solo lo poco que le habían contado, y prácticamente no había hablado con él dada la situación. Sin embargo, se sentía tan angustiada como el resto; no podían perderlo, sin él, se acabarían los Elegidos. Además, Kneisha siempre esperaba que llegara el momento en que se uniera nuevamente a su causa: quizás tendría algo que enseñarle sobre su mundo, quizás se convirtiera en un buen amigo.

Antes de salir de la casa, escuchó que los sollozos de Sarah iban en aumento, y siguió su mirada. Michael tenía una foto enmarcada de los dos, abrazados. Kneisha se acercó a Sarah y le cogió la mano entre las suyas, intentando transmitirle ánimo, aunque en el fondo no lo tenía.

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