Capítulo 25

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Las dos Lunas del Mundo de Tierra alumbraban la gran guarida a través del techo de cristal. Se movían lentamente, en una danza extraña a ojos de Kneisha, que llevaba horas despierta siguiéndolas con los ojos. Era su último día en la aldea de Michael y quería memorizar cada detalle, cada esquina y cada costumbre, cada cara y sonrisa, por si acaso no tenía ocasión de volver a aquel mágico lugar. Las jornadas de competiciones habían acabado dos días antes, cuando el claro ganador, Michael, se alzó con el trofeo. Nadie se había sorprendido de que ganase: todos esperaban que así fuese, y sabían que era lo justo. Ese era su mundo, su oportunidad, y por tanto, su triunfo. Pero aún así Michael no se había alzado vencedor en todas las pruebas. Había ganado con mucha diferencia la prueba de fuerza. En cambio, la prueba de tiro con arco había sido la de Damon. Ángel había ganado la prueba de velocidad y Sarah la de obstáculos. Kneisha, por su parte, se sentía especialmente orgullosa de haber sido la primera en salir del laberinto, la prueba de la inteligencia. Sin embargo, en casi todas las competiciones, Michael había quedado el segundo, con poca diferencia de puntos con los ganadores, lo que había hecho que al final fuese el vencedor definitivo. En cambio, en las competiciones del resto de la aldea, había un claro vencedor de casi todas las pruebas, y por supuesto, del torneo total. Era un joven de una de las aldeas vecinas, se llamaba Jonathan, y era un apuesto chico de ojos verdes y pelo castaño. Mostraba una confianza en sí mismo que rayaba en la autosuficiencia: andaba por la aldea como si fuese el dueño de la misma y de todos los que en ella habitaban. A los chicos no les caía muy bien, ya que, después de la entrega de trofeos, se había acercado a Kneisha y Sarah con una arrebatadora sonrisa en la cara y les había dicho:

—Hola, preciosas —observó primero a Sarah, de arriba abajo, y después a Kneisha—. Podéis llamarme John. Tú eres Sarah, ¿verdad? ¿No te apetece dar una vuelta del brazo del vencedor? —dijo con tono coqueto y seductor.

—No, no le apetece —le respondió Michael, fulminándolo con la mirada, mientras rodeaba los hombros de Sarah—. Ya tiene un vencedor que la pasea del brazo, así que lárgate.

—Y, ¿a ti? —dijo dirigiéndose a Kneisha. Ella no tenía un vencedor, pero sí que veía la mirada atenta de Ángel, quizás celosa o entristecida.

—Anda, tío, vete ya —insistió Michael, mientras guiñaba un ojo a Ángel.

John le miró irritado, pero al final se fue, recordando cuál era el premio que se le había dado por ser el ganador: ser el dirigente de los ejércitos de apoyo para los Elegidos. Por tanto debía de obedecerlos. Así que se marchó.

—No me gusta que respondas por mí. ¿Sabes? Puedo hablar solita y por mí misma —le reprendió Sarah a Michael, mientras se deshacía de su abrazo.

Él la miró entre sorprendido y resignado mientras ella se alejaba.

Kneisha se puso en pie y se preparó. Hacía ya dos días de su encuentro con John y ahora estaban reuniéndose para partir al Corazón de las Montañas, según les había indicado el padre de Michael.

Los padres de Michael, con sus pelos canosos y sus cuerpos fuertes, torneados por los años de entrenamiento, los miraban con una expresión que delataba en parte la angustia que sentían, y en parte, lo orgullosos que se sentían. Los habían acompañado a las afueras de la aldea. Desde allí se podía divisar de nuevo la piedra roja refulgiendo a la luz del sol. Cuando ya nadie más les veía, sacaron un nuevo premio: sus manos curtidas les ofrecían una brújula.

—Tened. Es una brújula muy especial —comenzó a explicar el padre—. No indica el norte. Indica el camino que debes coger para seguir tu destino. No sé si os servirá de ayuda, porque dependiendo de la persona indica una cosa u otra. Por ejemplo; el primer hombre que la usó, se la llevó a los pasadizos para llegar a una aldea lejana a comerciar. Sin embargo, en su regreso a casa se perdió, se encontraba sólo, con hambre y sed, lejos de casa. La brújula le indicó el camino de vuelta. Lo llevó hasta su pueblo, donde estaba destinado a ser el jefe de la tribu.

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