Capítulo 29

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Damon la miró fijamente antes de comenzar a hablar:

—Está bien... —tragó saliva sonoramente—. Tus padres... digamos que nunca fueron de los que pensaron que el papel que os toca desempeñar sea... lo mejor. Ya te dije que desde jóvenes tu madre tuvo envidia de mi destino. Cuando eso ocurrió, se fugó con tu padre, Evan, al mundo de Sarah. En los pocos meses que estuvieron allí, crearon todo un Imperio. No lo hicieron de la nada, por supuesto: Evan es de ese mundo y ya era un personaje muy importante antes de conocer a Elisabeth. Ese mundo está basado en la tecnología y en los avances, y ellos se aprovecharon de ello para adquirir poder. Pero tú estabas destinada a nacer en este mundo y ellos lo sabían. No sé exactamente cuáles fueron los motivos que los trajeron hasta aquí, pero llegaron a tiempo de que Elisabeth diese a luz aquí, como ya sabes.

Hizo una pausa en la que la miró fijamente. Kneisha permaneció impasible, invitándole a continuar.

—Todos estos años, cuando te dejaban sola o al cuidado de alguien, y te decían que, como los grandes médicos que eran, tenían que ir a salvar vidas a otros países, te mentían: lo único que hacían era volver a su Imperio para controlarlo.

Kneisha no podía creer lo que le estaba diciendo, no tenía ningún sentido. Sus padres, los bondadosos doctores... ¿dueños de un despiadado Imperio? No era posible.

—¿Ángel te ha contado que de pequeño enfermó? ¿Que unos médicos lo curaron? – preguntó Damon.

Habían sido sus padres, claro.

—¿Fueron ellos? No tiene sentido. Si no están de acuerdo con lo que vamos a hacer... ¿por qué salvar a Ángel? ¿Por qué hacer que yo naciese aquí?

—Porque sabían que os necesitaban para reunir las piezas de la Profecía —dijo Damon—. Porque ellos quieren que los mundos se fusionen y gobernarlos. Estoy bastante seguro de que son los líderes del ejército que os quiere sustituir.

—Damon, no sabes lo que dices, ¡estás hablando de mis padres! —chilló Kneisha.

—No, Kneisha, estoy hablando de mi hermana y de su marido. Yo los conozco más, la ilusión de padres médicos que crearon para ti ni siquiera es real. ¿Por qué crees que cada vez que os visitaba acabábamos discutiendo? ¿Por qué crees que estuvimos años sin hablarnos cuando tú eras una niña, cuando Ángel y Sarah estaban a mi cargo? —las palabras de Damon empezaban a calarse en el alma de Kneisha—. Porque no querían que yo te entrenara.

Todo tenía sentido. Simplemente no podía aceptarlo.

—Tú estabas allí cuando desaparecieron. ¿Qué les pasó?

—No sé cómo lo hacen, pero ellos pueden abrir puertas a otros mundos, desde dónde se les antoje. Quizás hayan creado un aparato especial para ello, no lo sé. La noche antes de que desapareciesen discutimos sobre lo mismo de siempre: intentaba hacerles entrar en razón. Pero no sé qué fue lo que les hizo irse en ese momento, y no antes o después.

—¿Irse a dónde?

—A cuidar de su bien más preciado: su Imperio —dijo Damon, con amargura—. Abandonándote.

Kneisha se quedó sin palabras.

—Knei, di algo.

—Necesito salir de aquí y pensar.

Salió de la casa y, prácticamente, echó a correr. Sus pies la llevaron de manera inconsciente a la playa y se sentó en la orilla. Se descalzó y sintió la arena y el agua entre sus dedos. Intentó ordenar sus pensamientos. Una parte de ella, llevaba un tiempo sospechando que una situación como esa podía ser posible. Algo en su interior le decía que toda su vida había sido una mentira. Pero siempre se negaba a verlo, buscando excusas e historias. Sin embargo, desde que había descubierto la realidad de los otros mundos y sus poderes, presentía que sus padres eran el enemigo. Recordó que la noche que sus padres desaparecieron, ella había sentido un frío helador. Ese frío era el mismo que sentía cada vez que abrían una puerta a otro mundo. Aquella noche sus padres habían abierto una puerta y la habían dejado a ella atrás.

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