Capítulo 30

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La primera mañana primaveral de la temporada pilló a Kneisha despierta a las siete de la mañana en sábado. Odiaba madrugar en fin de semana, pero aprovechó para observar el amanecer mientras su mente navegaba entre sus recuerdos.

Aquel día se cumplía un año de la desaparición de sus padres. Aunque, en realidad, había sido un abandono, ya no podía seguir negándolo. Pese a todos los avances que había hecho con sus poderes, Kneisha no se veía capaz de enfrentarse a ellos. En las tres semanas que llevaba conociendo la verdad sobre sus padres, Damon había intentado ayudarla en todo lo que podía, insistiendo en responder a todas sus preguntas. Para sorpresa de todos, Kneisha no había preguntado demasiado: prefería no saber, porque nada de lo que averiguaba le gustaba.

Aquel mismo día irían al mundo de Sarah. Kneisha no sabía si estaba preparada para ello. Irían al sitio donde Sarah había nacido, tal y como les habían indicado, lo que suponía que había una alta probabilidad de encontrarse con sus padres. No se sentía preparada, pero tampoco podían retrasarlo durante más tiempo, porque no había más. Para darse ánimos, intentó pensar en lo excitante que debía ser ese mundo: podía imaginar vivir sin gravedad, pero no sabía lo que se sentiría. Por lo que le habían contado el resto, era una sensación maravillosa. A todos les gustaba el mundo de Sarah, excepto porque la organización política dejaba mucho que desear. Decía que el mundo estaba controlado por gente como sus padres: tiranos que se habían hecho ricos gracias a los avances tecnológicos, pero que solo atendían a sus propios intereses, dejando al pueblo llano en un estado de miseria y una constante lucha por la supervivencia.

Se duchó y se vistió. Tenía una hora para prepararse: a las ocho saldrían en busca de la puerta del bosque. Decidió ponerse una camiseta escotada con un dibujo de una cara en el medio, un pañuelo granate que cubriese su pecho, y cuyos extremos introdujo por debajo de la camiseta; una chaqueta negra y unos vaqueros claros. Lista para conocer un nuevo mundo. Le habían dicho que en el mundo de Sarah se vestían parecido a este, muy a la moda, quizás por eso Sarah siempre iba a la última. Se preguntó qué se pondrían los demás.

Cuando bajó escaleras abajo, Damon la esperaba enfundado en un jersey fino de rombos grises y negros y unos vaqueros oscuros. Muy acertado y elegante, pensó Kneisha. Era una de esas mañanas en las que el sol se colaba en la casa y no se oía un ruido, en las que la calma del ambiente se apoderaba de todo e invitaba a reflexionar, pero no había tiempo para ello.

—¿Preparada? —preguntó Damon. Habló bajo, a pesar de que allí solo estaba ellos dos, quizás no queriendo romper la calma que reinaba en la estancia.

—Nunca —contestó ella.

Damon la miró. Quería decirle algo que la reconfortara. Pero encontrar las palabras adecuadas parecía una tarea imposible. Así que salió fuera y arrancó el coche.

Pararon a recoger a Michael por el camino. Vestía una camiseta azul marino de mangas largas con unos vaqueros negros. Entró con la energía que lo caracterizaba y con una sonrisa. Nunca perdía la sonrisa: era el más animado y alegre de todos. Cuando se sentó le dio un apretón a Kneisha en el hombro. Todos sabían que era una dura prueba para ella.

No tardaron en llegar a casa de Ángel y Sarah. Ángel llevaba una camiseta negra con unas manos entrelazadas dibujadas en ella, una bufanda muy fina y unos vaqueros. Sarah, por su parte, se había puesto unas mallas negras con rotos por todos lados, y una camiseta ancha.

Y la búsqueda empezó. Se adentraron en las profundidades del bosque. Todos menos Kneisha habían cruzado una vez la puerta, y se valían de sus recuerdos a la hora de decidir si tomar ese camino o girar por un sitio u otro. Ella simplemente se dejó llevar.

No había demasiada luz, apenas unos rayos se filtraban entre la densa capa de árboles y ramas, pero era lo suficiente para apreciar la belleza salvaje que allí había. La hierba estaba muy crecida, había todo tipo de vegetación y pequeños animales salían a su encuentro. Árboles de cientos de años los rodeaban, árboles que debían haber visto todo tipo de cosas. Poco a poco, el bosque los fue hundiendo entre sus fauces.

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