Capítulo 24

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Era noche cerrada y la gente celebraba el primer día de competición hasta altas horas de la madrugada, a pesar de que al día siguiente había que volver al trabajo y la rutina. Ángel había ganado la competición con una diferencia de diez puntos respecto a Damon y Michael, que habían empatado en el segundo puesto. En cuanto a los aldeanos, el ganador había sido un joven de una de las aldeas extranjeras, pero con cinco puntos menos que Ángel.

Michael caminaba orgulloso de su resultado. Sabía que el ganador de los cinco sería Ángel, todos lo sabían, era muy veloz. Pero lo que no esperaba era quedar en segundo puesto con Damon. Michael no se caracterizaba por su velocidad, pero estaba muy motivado con las competiciones y quería demostrarle a su pueblo todo lo que era capaz.

—Como siempre, la más original del lugar —le susurró al oído a Sarah, mientras la rodeaba con sus brazos, atrapándola por la espalda.

—¿Original? Vaya, podrías esforzarte un poco más, ¿no? —se quejó, medio en broma.

Michael la observó. Iba original: no había querido vestirse con los trajes propios de allí, y se había puesto unos vaqueros negros ajustados, con una camiseta larga de color rosa oscuro, con un escote adornado por un collar en forma de cuerno.

—Vamos, fea —dijo, recalcando la palabra—; no seas pesada y concédeme un baile.

—Feo tú —respondió ella, mientras cogía la mano de Michael con el entrecejo aún fruncido y lo llevaba a la zona de bailes.

Kneisha los observó divertida. A Michael le encantaba molestar a Sarah. Sacudió la cabeza y se acercó a Damon y Ángel.

—Knei, estábamos pensando en practicar un poco el tiro con arco para mañana. ¿Te apuntas? —preguntó Damon, a sabiendas de que Kneisha huiría de la zona de baile con la menor excusa.

Kneisha no lo dudó. Aceptó y se dirigieron a una zona dedicada a las prácticas. Ensayaron un poco, pero Kneisha no acabó de destacar en el tema. Al cabo de un rato, Damon se excusó, alegando un dolor de cabeza, con lo que consiguió que Kneisha y Ángel se quedasen a solas. Kneisha sospechaba que eso había sido su objetivo desde el principio.

El silencio que se instaló entre ellos fue incómodo. Kneisha sentía el peso del arco en sus brazos.

—Deja que te ayude —dijo Ángel, mirando el arco.

—No hace falta. Yo también estoy cansada. Debería irme ya.

—He sido efectivo en otras ocasiones —dijo con la voz firme, mientras la agarraba por el brazo.

La colocó delante de él, de manera que pudiera guiar sus brazos y sus manos. Kneisha sentía sus ágiles dedos colocándola en la postura adecuada. Su proximidad la estaba confundiendo.

—Ya está. Ahora concéntrate en el objetivo. Con concentración, como si no existiera nada más.

Kneisha se concentró y disparó. Dio en el centro de la diana, quizás porque quería irse de allí cuanto antes. Luego se zafó de sus brazos:

—Conseguido, Ángel. Me voy a dormir.

—¿No vas a volver a la fiesta?

—Las bombas de humo son mi especialidad.

Ángel no insistió y ella, escurridiza, se marchó a su cuarto, pero no consiguió conciliar el sueño. Desesperada, a medianoche se escapó de la casa y salió a recorrer una vez más la ciudad bajo techo, evitando a los pocos que todavía seguían de celebración. Aún le seguía maravillando la forma de vida que tenían. Lo hacían todo por pura supervivencia. Varias familias se juntaban y construían una de esas casas que pasaba a formar una aldea. Y todo ello porque la vida en el exterior era demasiado arriesgada. No por las temperaturas, sino por las constantes guerras que asolaban la zona. Kneisha recordó que, esa misma mañana, todos los pastores que estaban fuera habían entrado despavoridos mientras cerraban las puertas a cal y canto. Había llegado una manada de Guerreros, dirigidos por el sultán de la corte que gobernaba aquellas tierras. Era un hombre despiadado y cruel, según le habían dicho. Era de los que pensaba luchar por su propio mundo, sin importarle las vidas que se cobrase en el proceso. Habían permanecido refugiados en su gran cabaña, mientras oían los cascos de los camellos al galope. Al rato, se dejaron de oír y un suspiro de alivio recorrió la sala principal, donde estaban todos reunidos.

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