Capítulo 41

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Ya casi no había bruma, pero Kneisha no sabía dónde estaba. A su alrededor, había luces extrañas. De pronto, chocó con alguien.

—¡Ay! —exclamó la otra persona. Al momento, reconoció su voz.

—Tranquilo, Lucas. Soy Kneisha —dijo rápidamente, para que no la atacase—. ¿Tú también te has perdido?

—No exactamente, pero tampoco encuentro lo que estoy buscando —respondió. Era una respuesta un tanto ambigua. Kneisha no supo qué pensar.

—Bueno, intentemos encontrarlo juntos. Dos es mejor que uno.

—Está bien —asintió Lucas. Kneisha era la única de los Elegidos que le causaba cierta simpatía.

Anduvieron en silencio. Kneisha no sabía muy bien qué pensar de Lucas; lo cierto es que a ella le había caído bien desde el principio, pero sabía que al resto no, y tendrían sus buenos motivos para ello. Sabía que se escondía algo, pero no podía imaginar el qué.

—Aquí estaremos bien —oyeron una voz que los dos hubiesen distinguido en cualquier sitio.

Lucas echó a correr, y Kneisha detrás de él. Y se encontraron frente a frente con Elisabeth y Evan. Los miraron confundidos.

—Hijos míos —dijo Evan. Kneisha frunció el ceño, extrañada.

—¿Por qué no me lo dijisteis? ¿Por qué no me dijisteis que planeabais esto? Todo era una mentira, yo no quería ese futuro. ¿Por qué? —gritó Lucas, mientras Kneisha lo miraba sin comprender nada.

Pero sus padres parecía que sí que lo entendían.

—Era lo mejor que te podía ofrecer, ser el príncipe del Nuevo Mundo —dijo Evan—. Eras demasiado joven para entender las implicaciones, por eso no te lo conté.

—¿Implicaciones? Se llama muerte, a miles de personas, solo por ser de diferentes mundos. ¿Esperabas que yo participase en eso? Se llama muerte, padre.

Y entonces la verdad sacudió a Kneisha, poniendo patas arriba su mundo. Lucas era su hermano, por eso le recordaba a alguien, a ella misma.

—Siempre quisimos lo mejor para vosotros dos, hijos míos —insistió Evan, en tono suplicante.

Lucas miró a Kneisha extrañado; tampoco debía de saber que ella era hija de ellos.

—Por eso te protegimos a ti, Kneisha, de la locura de ser una Elegida. Hasta que fue inevitable, porque tuvimos que volver a por Lucas, que se había escapado y formado su desagradable grupo. Por eso te protegimos a ti, Lucas, de la verdad. ¿Es eso tan cruel? Lo hice porque sois mis hijos.

—Yo ya no soy hijo de nadie —dijo Lucas.

Y levantó su pistola, era igual que la que tenían Evan y Elisabeth, una que disparaba rayos de hielo. Pero no en vano Elisabeth era la mejor hechicera que el mundo de fuego había dado nunca. Una cáscara de protección los envolvió.

Evan sacó su propia pistola y echó a correr. Elisabeth, en cambio, se mantuvo bajo su cáscara de protección. Kneisha corrió detrás de Evan.



Damon se había perdido también, pero la brújula parecía saber muy bien a dónde debía ir. Le indicaba el camino todo el rato; solo esperaba que no se equivocase.



Evan se dio la vuelta y vio a Kneisha. Se miraron a los ojos.

—No me obligues a hacerlo, Kneisha —dijo, mientras la apuntaba con la pistola—. Vuelve a mi lado.

—Nunca —contestó Kneisha con odio.

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