Capítulo 31

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Sentados en el césped mojado de un parque cercano, los cinco pensaban cuál era el siguiente paso que debían tomar. Ninguno había tenido ninguna respuesta a la pregunta de Damon, quizás porque tenían demasiado miedo de Elisabeth y Evan para pensar.

Kneisha arrancaba metódicamente los hierbajos de su alrededor y, a continuación, se los colocaba en las palmas de las manos. Acercándoselos a los labios, soplaba. La hierba recorría unos metros impulsada por el aliento de Kneisha, para después quedarse flotando en el aire. Era desconcertante.

Le había causado una gran impresión aquel mundo. Cuando salieron del callejón, Kneisha se encontró cara a cara con la ciudad de Sarah. Edificios enormes que tocaban el cielo se alzaban por todas partes, bloqueando el sol que Kneisha sabía que empezaba a asomar entre las lluviosas nubes. Había vías de tren construidas en el aire, rodeando los rascacielos. La suciedad volaba por los aires, mientras una especie de barrendero luchaba por capturarla haciendo uso de un pincho. Había humo por todos lados, dando el aspecto de un mundo gris, oscuro, sin luz. Había robots sueltos por la calle, parecían robots de vigilancia, porque en todo momento trataron de esquivarlos. La gente era tal y como se la habían descrito: iban desde aquellos que parecían estrellas del rock hasta el pueblo tirado en los rincones de las calles, mendigando.

El mismo parque en el que se encontraban parecía maltratado y descuidado, como si en esa ciudad futurista, ya no quedase nadie a quien le importase la naturaleza.

—Rob, cariño vamos —dijo una madre, vestida con tristes harapos a su no mejor vestido hijo—. Pronto vendrán los sirvientes de los Señores, tienen que preparar el parque para la gala de mañana.

Ese comentario llamó la atención de Damon, el cual le hizo un gesto a Ángel para que investigase él, ya que se manejaría mejor con la gente de la ciudad.

—Perdone —la mujer pareció sorprendida de que se dirigiese a ella—. No he podido evitar escuchar lo que decía. ¿De qué gala habla?

—¿En qué mundo vive, jovencito? —Ángel sonrió ante la pregunta—. Mañana los Señores de la Ciudad van a dar una gala en este parque, para presentar a lo mejor de la sociedad su nuevo avance tecnológico.

—¿Qué avance?

—No quiero saberlo —rió la mujer por primera vez, y al hacerlo, Kneisha se dio cuenta de que no tendría más de treinta años—. Tengo que cuidar de mi hijo, ya que los Señores acabaron con mi marido. No quiero saber qué nueva maldad ha pasado por sus mentes para tener que presentarla en sociedad.

Ángel asintió con la cabeza y se alejó sin despedirse.

Tenían que ir a esa gala, quizás allí averiguasen algo de la llave, o quizás no, pero podrían investigar sobre Evan y Elisabeth. Necesitaban un sitio donde pasar la noche, así que se encaminaron hacia un hotel que Sarah y Ángel conocían. Cogieron un par de habitaciones, eran bastante caras, y el dinero que llevaban por precaución no podía cubrir mucho más. Pero también tenían que hacerse con unos buenos trajes y vestidos para la celebración. Ahora que prestaban más atención, había muchísimos carteles publicitarios patrocinando el evento. Así, Sarah informó de dónde se encontraba la calle principal de tiendas de la ciudad.

A pesar de la libertad de movimientos de ese mundo, la mayor parte de la gente caminaba con los pies pegados al suelo. A Kneisha aún le costaba suyo, así que Ángel rodeó sus hombros con su brazo, para evitar que Kneisha saliese volando.

Sarah, por su parte, no cabía en sí de gozo caminando por esas calles llenas de las tiendas de su infancia. Se perdía entre los escaparates y los ojos le brillaban con fervor. Michael se escabulló alegando que había visto el traje perfecto. Al poco tiempo volvió con una sonrisa de oreja a oreja y una bolsa en mano.

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