Capítulo 32

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Kneisha y Sarah estaban listas. Bajaron al parque y vieron cómo lo mejor de la sociedad, es decir, lo peor de la humanidad de esa ciudad, se presentaban unos a otros. Kneisha llevaba un vestido de color nude, ajustado de cuerpo y en forma de tutú a partir de la cintura. Combinaba con zapatos negros y complementos negros. Sarah, por su parte, llevaba un elegante vestido largo, con la espalda descubierta, de color granate.

Esperaron a los chicos. Damon y Ángel llegaron al poco. Damon llevaba un traje gris y corbata negra, y Ángel con traje negro y corbata roja. Estaban muy elegantes y se fundían a la perfección con el resto de la gente. Al contrario que Michael, que llegó, a los pocos minutos, enfundado en un traje blanco.

—Se trataba de pasar desapercibidos —dijo Ángel, malhumorado—. No podías haber sido más discreto, ¿verdad?

Michael lo miró con cara de pocos amigos, y se giró hacia Sarah.

—Y, ¿ese era tu gran traje? —meneó ella la cabeza, en señal de desaprobación.

Kneisha sonrió.

—A mí sí me gusta cómo vas vestido, Mike —le dijo ella, guiñándole un ojo.

Se dispersaron entre la gente, conversando e intentando averiguar cosas. Así descubrieron que el gran invento era una máquina perfeccionada para viajar entre mundos. Todos los allí presentes eran partidarios de los propósitos de Evan y Elisabeth de dominar el Nuevo Mundo. Y aquel era un gran paso para buscar adeptos a su causa en otros mundos.

Kneisha buscó entre la gente dos rostros que conocía muy bien, pero no los encontró. En algún momento le pareció ver el pelo rojizo de su madre, pero siempre que se acercaba ya había desaparecido. Creía que el corazón se le iba a salir del pecho.

Y, entonces, comenzaron los gritos.

Una manada de guardias de seguridad se desplegó y comenzaron a seguir a un chico.

—¡Es él! ¡Que no se escape! —gritó el que parecía el cabecilla.

Kneisha se reunió con el resto.

—¿Quién es? —preguntó Damon.

—No lo sé —respondió Sarah.

Entonces el chico los vio. Corrió hacia ellos, mientras esquivaba a los guardias.

—¡Los Elegidos! ¡Sois los Elegidos! ¡Vamos, corred conmigo! —gritó él.

Ahora que los había delatado no les quedaba otra que correr con él, pensó Damon, irritado, mientras arrastraba a los demás detrás de sí.

Entre los seis esquivaron con facilidad a los guardias. Cuando llegaron al mismo callejón donde habían llegado del otro mundo el día anterior, estaban todos sin aliento.

El desconocido ocultaba su cara entre las sombras. Era alto y desgarbado por lo que se podía ver.

—¿Quién eres tú? —preguntó Damon.

—Lucas —dijo, a la vez que daba un paso adelante, descubriendo un pelo negro peinado en puntas que apuntaban a todos los lados y un bonito rostro enmarcado por unos bellos ojos azules.

A todos les recordaba a alguien, aunque no sabían a quién. Lucas los miró esperando que su nombre les hubiese dicho todo lo que tenían que saber, pero no parecía ser el caso.

—¿No sabéis quien soy, verdad? Vaya elegidos que estáis hechos —tenía cara de impaciencia—. Bueno, os comunico que tenéis que venir conmigo, vamos.

Y se giró para empezar a andar.

—No vamos contigo a ningún lado hasta que nos expliques qué está pasando —dijo Ángel, con frialdad.

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