63 - Ramir: Mil pasos

32 8 1
                                    

Ramir

Camino con un vestido blanco de algodón o quizás seda, el cual en la falda se moviliza por el viento en el balcón. Tengo extensiones de un cabello rubio y lacio, hasta la mitad de mi espalda, el que le da distinción al disfraz, pero toda esa elegancia acaba en mis pies descalzos. No soy una princesa en una torre, pero sí un hombre atendiendo los fetiches de un loco. Hace rato que no me hacía vestir así, es probable que me las pague muy pronto. Ah, ¿y por qué descalzo? Es que escapé de la vestuarista.

—Oh, Miry, te ves preciosa, como una doncella. —Llega Exiel al balcón, el cual me regala una gran sonrisa, pero como no se la devuelvo, él termina por borrarla—. ¿Todavía estás enojado conmigo?

—No sé qué pretendes, retrocediste mil pasos.

Se aproxima hasta mí y me agarra la barbilla.

—Recordar los viejos tiempos. —Se acerca a besarme, pero me alejo.

—Tienes suerte de que no le diera una patada a tus amadas partes.

—Miry... —susurra—. Me duele.

—Pues no parece, ¿y mis disculpas? Íbamos a hablar y terminamos en un hotel.

—Me dijiste que no hablabas con mafiosos y psicópatas, así que decidí ser un príncipe.

—Ahórrate el cuento de hadas y pídeme perdón.

—Lo lamento mucho, no debí hacerte pasar ese mal rato.

—No, no son sinceras.

—¿Qué tengo que hacer para que me perdones? —Hace puchero.

—Darme tu ropa interior. —Me río—. Es broma.

—Qué travieso.

—Ya, en serio. —Me cruzo de brazos—. ¿Te das cuenta de que me hiciste sentir muy mal? Yo creo que no.

Suspira.

—Lo sé, lo siento mucho.

—Mm, no me convence, quiero garantías.

—¿Garantías? —Enarca una ceja.

—¡Sí! ¿Qué estás dispuesto a hacer por esta relación? La terminaste por uno de tus fetiches, yo te veo bastante desequilibrado. No puedo creerte nada.

—¿Cómo hacer para que te des cuenta de que este no es un truco y ni uno de mis fetiches? —expresa, pensativo y más para sí mismo.

—También sirve.

Chasquea los dedos.

—¡Ya sé! Arreglaremos esto de la manera contraria. Cuando me di cuenta de que todavía no habíamos tenido el sexo de despedida, fue en el momento que hablamos de casarse, atarse a una persona.

—No me voy a casar contigo —dictamino severo—. ¡Es de locos!

—No, hagamos como un ritual parecido, pero que no necesariamente sea un casorio. Además, mírate, ya estás vestido.

—Lo tenías todo planeado.

Se ríe.

—Más o menos, ¿pero no te gustaría tener sexo de bienvenida?

—¿Y eso qué es? —Enarco una ceja—. ¿Otro de tus fetiches?

—Lo acabo de inventar. —Toma mis manos—. Puedes ser el primero y el último en probarlo. Solos tú y yo, más nuestras promesas, ¿qué opinas? Eso es algo que he cumplido siempre.

—¿Vas a jurarme amor eterno como una especie de simbolismo o tradición?

—¿Qué? ¿No puedo?

—Sigue pareciendo un casamiento.

—No importa lo que es, Miry, interesa el significado y el valor que le damos a estas acciones.

Miro a sus manos, luego a sus ojos.

—¿Puedo confiar en ti? —consulto.

—Profundamente.

—¿Y dónde está tu castigo y o aprendizaje?

—Qué malo, quieres hacerme sufrir. —Se ríe—. ¿Pero no vale con un solo día en el que me arrepentí de mi error? Yo también lloré.

—Eh... bien, pero te estaré vigilando.

—Me encanta.

Me guía, alejándome del balcón, y dejamos a un lado la noche estrellada, para detenernos delante de la cama del hotel.

—Miry.

—Exiel.

—Hoy voy a hacer mis promesas. —Besa los dorsos de mis manos y continúa—. Juro que nunca más te dejaré ir, te haré feliz hasta el cansancio y prometo solo regalarte sonrisas. —Hace una pausa mientras me observa fijo—. Tu turno.

—¡Eso es trampa, tú estabas preparado! —expreso con sonrojo.

—Puedo esperar.

—A ver... —Me lo pienso—. Prometo un día robarte los calzones —declaro y se ríe, pero yo mantengo mi sonrisa—. Y destruirte si no cumples tu juramento.

—Qué malo, dime algo romántico.

—Bien, prometo quererte de una manera sana, porque es la mejor intensión que puedo regalar.

—Qué lindo. —Me da un leve beso—. Ahora... —Baja un poco la tirita de mi vestido, pero lo freno—. ¿Qué pasa? ¿Te arrepentiste? —Hace puchero.

—No, solo me voy a cambiar, y ya que me prometiste que me harías feliz, hay que ayudar a Milton y Josy.

—¿Eh? —Se queda tildado.

—¡¡Y sí, me contaste que ella lo estafó!! ¡En cualquier momento, Milton se va a enterar! ¡Hay que hacerles un lugar romántico como este! —Giro en círculos y se ríe, mientras yo repito—. ¡¡Vamos, vamos!!

—¿Ahora?

—¡Sí, pero antes me quitaré esto! —Me bajo el vestido, sin importarme nada y corro al baño a cambiarme.

—¡Pero, Miry, no sellamos nuestro pacto en una noche romántica y sensual!

—¡Ah, eso puede esperar! —Me pongo mi remera, luego me asomo por el borde de la puerta del baño—. ¿Acaso puedes conseguir un crucero? Sería un buen lugar, allí nadie se escapa. —Muevo las cejas—. Ni yo.

Exiel se muerde el labio inferior.

—Bien, me convenciste, pero repetiremos todo lo que pasó aquí, ¿de acuerdo? Y quiero que me inventes cosas más bonitas para prometer.

—¡Lo que digas, pero muévete!

—Ay, Miry, eres tan enérgico, me encanta. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Milton y RamirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora