CAP II

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MASRY

Los niños corrían de un lado a otro.

Algunos estaban jugando al escondite inglés y se reían a carcajadas.

Lore, una chica de clase a la que todos los niños llamaban "la princesa" porque era preciosa y tenía el pelo rubio, estaba balanceandose en el columpio mientras Roy, otro chico de clase, que era su novio, la empujaba por la espalda.

Sentadas en el césped, estaban sus amigas, a las que yo llamaba "el séquito" , porque siempre iban detrás de ella y se reían como tontas cuando Lore decía algo que ni siquiera hacía gracia.

Luego estaban los graciosos de clase que eran amigos de Roy.

Eran guapos, pero ninguno nunca me interesó.

Josh, uno de los chicos del grupo, un día me invitó a tomar helado en la tienda que habían abierto en el centro hacia poco, pero le rechacé con respeto, no quería nada con él ni con sus amigos.

De todas formas, le seguía sonriendo con amabilidad por los pasillos porque me parecía un chico muy amable.

Suspiré con lentitud y agarré un trozo de zanahoria de la bolsa que me había preparado mi madre por la mañana.

Me encontraba sentada en uno de los bancos más escondidos del colegio.

Justo al lado de la verja de salida.

Chidi, el conserje, solía ponerse una silla a mi lado y hablarme de sus nietas que tenían la misma edad que yo.

Se llamaban Stacey y Sharon e iban al colegio que estaba en la otra punta de la ciudad.

Yo apenas le contestaba y le escuchaba en silencio.

Me gustaba el silencio. Lo encontraba como algo fundamental para poder vivir.

El ambiente de aquel día aún lo puedo recordar.

Hacía una brisa suave pero a la vez congelada.

Los niños llevaban los guantes y las bufandas que sus madres les obligaban a ponerse cuando entraban al colegio a pesar de las protestaciones.

Yo llevaba mi bufanda de color rosa que me tejió la abuela y el chaleco marrón de pescador que me cogí del armario de papá el año pasado.

A mamá nunca le gustó que lo llevase puesto y yo nunca acepté en quitármelo. Al final se rindió, pero no pasaba por alto las miradas de insatisfacción cuando me veía por las mañanas ponérmelo.

Aquel día, Chidi no estaba. Se había cogido la baja como la mayoría de los profesores que se pusieron enfermos aquella semana de diciembre.

Por una parte, agradecía el silencio.

Por otra, echaba de menos oírle hablar una y otra vez de cómo conoció a su mujer.

Yo aspiraba a eso. A poder contar como conocí a mi alma gemela sin cansarme de repetirlo cincuenta veces al día y emocionandome en cada una de ellas.

Últimamente pensaba mucho en el amor. En cómo era sentirlo.

A veces miraba a mis padres y me preguntaba qué sintieron ellos cuando se vieron. Si bastó una mirada para saber que se querían. Si uno de ellos trató de conquistar al otro pero no se lo pusieron fácil mutuamente.

Siempre quise preguntarles, pero aquellos meses estaban más raros de lo normal.

Apenas hablaban en la hora de la cena.

Papá se quedaba en silencio cuando le acompañaba a pescar. Y mamá ya apenas salía de su despacho.

Me cercioraba de algunas cosas.

✅Aquella versión que nunca te contaron  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora