CAPÍTULO XXI

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MASRY

Estaba sentada en el suelo.

Abrazándome las rodillas mientras ahogaba mis lágrimas en el pantalón.

Ella estaba sentada delante mía, en la pared de enfrente.

El silencio instalado en la habitación era punzante, a veces interrumpido por los hipidos de Lucie.

Ya no llovía.

Pero la brisa fresca y congelada entraba por la ventana abierta.

Estar paralizada y en shock era una experiencia indescriptiblemente dolorosa.

Era como si todo mi mundo se hubiera detenido de repente, como si el tiempo se detuviera y me hubiese quedado atrapada en un estado de perpetua incredulidad y confusión.

Me sentía como si estuviese mirando fijamente hacia el vacío, sin poder mover un solo músculo, sin poder articular palabra alguna.

Se produjo una desconexión entre mi mente y mi cuerpo.

Era como si estuviera flotando en un abismo sin fondo, sin saber hacia dónde dirigirme, sin poder encontrar un punto de apoyo.

Pero lo peor de todo es la parálisis que acompañó mi shock.

Me sentí incapaz de moverme, de reaccionar, de hacer cualquier cosa para cambiar la situación.

Era como estar atrapada en un sueño del que no puedes despertar.

Los músculos se tensaron.

Se bloquearon, se negaron a obedecer las órdenes del cerebro, y me sentí como un maniquí sin vida, sin alma, sin esperanza.

Y mientras permanecía inmóvil, en silencio, en el oscuro abismo de mi propio sufrimiento, las emociones empezaron a invadirme.

La rabia, la frustración, el miedo, la tristeza, la desesperación... se entrelazaron en un torbellino de sentimientos contradictorios que me consumieron por dentro, que me devoraron lentamente.

Y entonces, en medio de ese caos emocional, llegó el dolor.

Un dolor agudo, punzante, que me atravesó como una daga, que te robaba el aliento, que te dejaba sin aliento.

No era solo un dolor físico, era un dolor emocional, era un dolor espiritual, era un dolor que me hacía sentir como si estuviera siendo triturada por dentro, como si me estuvieran arrancando el corazón a pedazos.

Y en medio de ese dolor, en medio de ese sufrimiento insoportable, me di cuenta de que estaba sola.

Sola en medio de la oscuridad, sola en medio del caos, sola en medio de la tormenta.

Nadie podía entender lo que yo sentía en aquel momento.

Nadie podía ayudarme.

Nadie podía sacarme de ese abismo en el que me encontraba.

Estaba completamente aislada, completamente perdida, completamente desamparada.

- ¿Desde cuando? - pregunté a media voz, interrumpiendo esa nube gris que nos llevaba sobrevolando.

Lucie no levantó la mirada hacía mi.

- No lo sé. No lo sé, joder, Masry. Simplemente pasó. Cuando me quise dar cuenta deseaba besarte cuando sonreías.

Mi respiración se agitó.

Mi amiga.

Mi mejor amiga.

Lucie.

La niña de las promesas.

Se había enamorado de mi.

- ¿Por.... Por eso te alejaste?

Asintió.

- No podía seguir aguantando a tu lado cuando no sabía qué era yo para ti.

- Eras mi mejor amiga. Eras... Eras Lucie. - aclaré, sin saber que ella no entendería qué significaba esa referencia para mi.

- ¿Ya no lo soy? - alzó su mirada hacia mi.

Me callé.

Porque no lo sabía.

No entendía nada.

No podía aguantar.

Y también porque vi tanto dolor en su mirada que me dio miedo el dolor de mis respuestas.

LUCIE

Mi pregunta se había negado a salir, pero forcé mis cuerdas vocales para pronunciar cada una de las letras de esa pregunta.

Para sacar esa espina y respirar al pensar que no volvería.

Pero volvió, y se clavó tan dentro que ya no la pude sacar.

Y lo supe cuando desvió su mirada de la mía.

Aquellos ojos color miel que tantas veces había admirado rehuyeron los míos.

Quizás, yo tuve miedo de la respuesta.

Quizás, ella tenía miedo de lo que saldría por su boca.

Con el miedo.

Siempre con el miedo de por medio.

Como si ya no fuéramos ella y yo.

Como si no fuéramos Masry y Lucie.

No.

Siempre fuimos Masry, Lucie y el miedo.

El temor irreflenable de pisar mucho el pedal y estrellarnos.

Desvío su mirada hacía la alfombra.

Y sabía por qué.

Sabía que si me miraba descubriría aquella respuesta sin falta de que hablase.

Escuché como el pedazo de mi cayó al suelo y estalló al impacto sobre la madera.

Me levanté del suelo como pude, dispuesta a marcharme.

Cuándo tuve la mano en la manilla de la puerta la escuché.

- Lucie... - No me giré. Había demasiadas cosas mías rotas esparcidas por el suelo - No... Yo no....

Suspiré hondo y cerré los ojos mientras me iba de allí sin mirar atrás.

Mientras sentía que ya me había muerto por completo.

✅Aquella versión que nunca te contaron  Where stories live. Discover now