CAPÍTULO VIII

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MASRY

El aire congelado de aquella mañana golpeó mi rostro con suavidad y tal intensidad de frío que se me puso la piel entera de gallina.

Papá estaba de pie en la orilla del río mientras analizaba la caña de pescar.

Había decidido irme a pasar unos días con él porque necesitaba salir de aquella ciudad.

De los recuerdos que se repetían en cada esquina por la que pasaba.

No podía soportarlo.

A mamá le pareció una buena idea que decidiese tomarme unos días junto a papá en la montaña para cambiar de aires.

Me fundí más en el abrigo de pescador e inspiré hondo.

Últimamente, sentía ganas de llorar a todas horas.

Daba igual en qué pensase, dónde estuviese, con quién, las ganas de llorar no se iban.

Igual que la falta.

La falta de esa persona que llenaba mi mundo.

La falta de Lucie.

Papá se acercó a la silla plegable que estaba al lado de la mía y que sacó del sótano de su casa.

Hizo un gruñido al sentarse y no pude evitar mirarle de reojo.

Mirar las canas que ya llenaban las esquinas de su pelo.

Sus manos temblorosas y cansadas, llenas de heridas y zonas ásperas.

Me di cuenta de lo viejo que estaba, de lo mucho que había envejecido desde la última vez que lo había visto de cerca.

No me había fijado en esas arrugas que rodeaban sus ojos.

Ni en esas ojeras.

Ni esas mejillas hundidas que le marcaban el rostro.

Ni esas manchas oscuras.

No me había fijado en el tiempo que había pasado desde que decidí alejarme del mundo exterior para hundirme en el mio propio.

No me había fijado en lo mucho que echaba de menos a mi padre.

Me tembló la barbilla por culpa de las ganas de llorar.

Apreté los labios con fuerza y desvíe la vista hacía el río.

Estaba yendo todo demasiado de prisa a mi alrededor.

Y yo......Yo solo sentía que estaba estancada.

Sentía que nada había cambiado.

Que seguía siendo Masry, pero la Masry pequeña.

La que era tímida y vergonzosa.

La que se interesaba por las diferentes hojas de cada árbol.

La que era la mejor amiga de Lucie.

Yo aún seguía atrapada en un pasado del que no quería salir pero a la vez sabía que lo necesitaba.

El corazón me gritaba que tenía que salir de allí, de ese bucle, de esa pérdida de mi misma.

Y yo tan solo le decía que me dejase cinco minutos, que quería saborearlo bien, disfrutar el poco tiempo que tuve siendo esa niña feliz.

- Masry, han pasado casi siete meses.

Me abracé más. Con fuerza. Con dolor.

- Ya lo se papá. No necesito que me digas que lo supere.

- Nunca te diría que lo superases, hija. Esas cosas nunca se superan, se aprende a vivir con ellas.

Expulse lentamente el aire por mis labios y el vaho creó unas figuras raras en el aire.

- No soy capaz de ser fuerte - confesé en un susurro - No puedo, papá. Lo intento, juro que lo intento pero... Pero es que no puedo.

Levantó su mano para acariciar mi espalda, como cuando era pequeña y no podía dormir por las noches.

Cerré los ojos.

-"Del sufrimiento han nacido las almas más fuertes. Los carácteres más fuertes están plagados de cicatrices", Khalil Gibran. - recitó.

- ¿Qué tratas de decirme con eso?

- Esto te duele, Masry, créeme que se lo mucho que te está doliendo. Pero eres una chica fuerte, siempre lo has sido por mucho que te subestimes y digas que eres todo lo contrario. Siempre fuiste la más lista de la familia, la más perspicaz. Sabes como salir de este vacío que estás sintiendo, lo sabes, tan solo necesitas un simple empujón.

- ¿Y quién me dará ese empujón? Quién me entiende tanto como para querer darme un empujón para avanzar? No voy a poder con esto yo sola, Papá. Es demasiado peso que no puedo sostener.

- Tu madre y yo estamos a tu lado. Siempre vamos a estar de tu lado. Pero el día que faltemos, encontrarás a alguien que estará, y esa persona te dará todos los empujones posibles con tal de poder verte bien, hija.

Suspiré.

- Ella.... Ella era increíble. Papá, ella no debió sufrir tanto. Mira lo que le hicieron. - No pude aguantar más y las lágrimas rodaron por mis mejillas, silenciosas.

- Lucie era una chica brillante, sí. La mitad de su belleza era su extraña manera de pensar. Pero fue su decisión, Masry. No podías haber hecho nada.

Sí que podía haber salvado a mi mejor amiga, pensé.

Pero me lo callé.

Porque quizás él también lo sabía.

Porque quizás todos lo sabían y nadie me dijo nada.

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