CAPÍTULO III

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MASRY

Era por la noche.

Estaba sentada en uno de los columpios del parque.

Me balanceba lentamente, haciendo chirriar las cadenas.

La noche me gustaba, era el único momento en el que uno podía apreciar lo que pasaba fuera y dentro de uno mismo.

Aquella última semana me había dedicado a sollozar en mi cama mientras abrazaba una sudadera de Lucie que nunca le llegué a devolver.

A veces, marcaba el número de Lucie, tan solo para escuchar su tono de voz en el contestador.

Para volver a escuchar esa voz que no quería que se me olvidase nunca.

Papá había empezado a visitarnos más a menudo.

Solía quedarse hablando con mamá en susurros en la cocina.

Sabía de qué hablaban.

Sabía que comenzaban a preocuparse.

No me dolía.

No me afectaba.

La verja del parque se abrió y apareció Stottel.

Le había llamado yo.

Necesitaba no sentirme sola pero, a la vez, necesitaba no juntarme con gente que me decía que las cosas iban a ir a mejor cuando ya sabía que eso era imposible.

- ¿Qué haces aquí a estas horas? - preguntó en un susurro mientras se sentaba en el columpio de al lado.

- Lo mismo te tendría que preguntar a ti - respondí.

Frunció una pequeña sonrisa triste y alzó la vista hacia el cielo.

- Me gusta la noche.

Me giré para mirarle.

- A mi también.

- Siempre he pensado que, entre más oscura la noche, más brillante son las estrellas.

Me fascinó.

Pocas cosas me fascinaban.

Pero Stottel me fascinó.

Ese desconocido en el  que nunca me fijé en su presencia.

Que recordaba que me prestaba aquellos bolis que a mi siempre se me gastaban.

Que se sentaba detrás mio en clase de Historia.

Que siempre lo encontrabas en las gradas mirando a su amigo Lucas.

O quizás en aquellas escaleras que estaban detrás del edificio del instituto.

Nunca me había fijado en que existía y, en esos momentos, era el único con el que me sentía cómoda.

- A mi me gustan las noches porque duelen. - Miré también al cielo - Son realistas. Igual que las nubes. Todos somos nubes.

Frunció el ceño y se giró para mirarme.

- ¿Somos nubes?

- Las nubes contienen tanto que, cuando no pueden más, explotan y caen en forma de lluvia. Lo que para nosotros serían las lágrimas.

Respiró hondo y nos quedamos en silencio por unos minutos.

A Lucie también le gustaban las noches.

Lucie, con su sonrisa dulce.

Lucie, risueña y coqueta.

Lucie, valiente y fuerte.

Cambiaba las vidas y cambió la mía.

Era el tipo de música que yo solía escuchar con los ojos cerrados y el corazón latiendo con fuerza.

Era una chica tormenta que siempre busco y nunca encontró a gente que quisiesen bailar bajo la lluvia con ella.

Solo me encontró a mi.

Quizás por eso se enamoró.

Porque fui la única que comprendió el misterio con el que vestía.

Porque fui la única que entendía de aquel silencio con el que solía presumir.

Porque, entendí que la paz y el brillo que contenían sus ojos era solo cuando cruzaba su mirada con la mía.

¿Cómo no pude decirle que la quería?

                  **********

Cuando llegué a casa, me sorprendió ver que las luces estaban encendidas.

Normalmente, cuando llegaba, mamá ya estaba dormida.

Avancé, con cautela, hasta el salón y vi a mi madre sentada en la mesa.

Con los codos apoyados sobre la mesa y su rostro tapado con las manos.

Con las gafas de leer sobre un cuaderno que me sonaba.

Un cuaderno que provocó que se me debilitaran las piernas.

- ¿Ma......Mamá? - tartamudee, sin despegar los ojos del cuaderno.

Mi madre alzó la vista hacia mi.

Sus ojos estaban acuosos y sus mejillas y nariz rojas.

- Es de Lucie. Es..... Era para ti.

Caí de rodillas al suelo.

Aquel cuaderno que llevó desde niña.

Aquel cuaderno del que nunca me quiso hablar.

Aquel cuaderno en el que escribía hasta que se le llenaban los dedos de tinta.

Y lo que me imaginé que habría allí dentro, me destrozó.

Me dejó sin aire hasta que no pude hacer más que cerrar los ojos y respirar con fuerza porque no conseguía que mis pulmones se llenasen.

Mama se agachó y me abrazó.

- Lo siento, mi niña. Lo siento tanto...

Grité con fuerza porque no podía sostener todo el dolor que contenía dentro.

Grité porque no sabía que hacer.

Estaba desesperada porque el dolor me estaba matando.

Me desgarré por dentro hasta que sentí que otro hueso invisible se rompió.

Se había acabado.

Ya no quedaba nada.

✅Aquella versión que nunca te contaron  Where stories live. Discover now