CAP III

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                  STOTTEL
Desde que recuerdo, siempre he tenido una conexión especial con la música y el arte.

Para mí, la combinación de ambos era como encontrar el equilibrio perfecto entre el caos y la armonía.

Por eso, cuando sentía la necesidad de escapar de la rutina, me refugiaba en mi lugar secreto: una casa del árbol escondida en medio del bosque.

No recuerdo muy bien exactamente como encontré aquel pequeño lugar, algunas veces recordaba que lo descubrí en una de las locuras que solía obligarme a hacer Lucas. Otras, suponía que lo encontré de camino a casa del instituto.

Esa casa del árbol era mi refugio, mi santuario.

No era muy grande, solo tenía espacio suficiente para una pequeña mesa, una silla y mi colección de lápices de colores y cuadernos de dibujo. Pero para mí, era el lugar donde podía ser libre, donde podía dejar que mi imaginación volase sin límites. Sin la presión de saber que tenía que ocultar aquello con lo que soñaba porque sabía que a mi madre le decepcionaria.

A veces, cuando las clases se volvían abrumadoras y sentía que necesitaba un respiro, decidía saltarme alguna para venir a este lugar. Sabía que no debía hacerlo, que era importante asistir a todas las clases, que tal vez mis padres se enterarían, pero a veces necesitaba ese momento de paz y tranquilidad que solo encontraba allí. Solo. Con mis dibujos. Con la música.

En la casa del árbol, ponía a reproducir mi lista de reproducción favorita: una mezcla de música clásica y rock alternativo que me ayudaba a concentrarme y a sumergirme en mi arte.

Cerraba los ojos y dejaba que la música me guíase, que me inspirase a crear algo único y especial.

Mis dibujos solían ser un reflejo de mis pensamientos más profundos y oscuros.

Dibujaba cosas que nadie más entendería, figuras abstractas y paisajes surrealistas que solo cobraban vida en mi mente.

Era como si pudiera ver más allá de lo que estaba a simple vista, como si pudiera explorar un mundo paralelo a través de lo que esbozaba en aquel papel.

Pero lo que realmente me cautivaba era cuando aparecía Masry en mi cabeza.

Masry era a la que siempre había capturado en cada pensamiento a la hora de dibujar. Con su sonrisa tímida y su mirada penetrante.

En cada uno de mis dibujos podías encontrar algo de ella.

Quizás sus manos pasando de página aquel libro que siempre llevaba.

Quizás su pelo castaño, cuando no lo llevaba recogido, ondeandose con el viento.

No sabía por qué, pero cada vez que estaba solo, o en la casa del árbol, o quizás dibujando, su imagen se aparecía en mi mente, como un recordatorio constante de algo que aún no entendía.

Los sentimientos que tenía hacia Masry a veces eran abrumadores, incontrolables.

Cada vez que pensaba en ella, mi corazón latía con fuerza y sentía un nudo en la garganta.

Normalmente sentía ese cosquilleo en los dedos que me obligaba a agarrar el lápiz y plantar en un papel todo aquello que yo mismo no podía sostener.

Creaba retratos de ella, llenos de detalles y matices que solo yo podía apreciar.

A veces me preguntaba si algún día le mostraría mis dibujos, si podría ver a través de mis trazos la intensidad de mis sentimientos.

Aquel día, en mis cascos sonaba "Love brought weight", de Old Sea Brigade.

Estaba sentado en el suelo de madera con mis lápices esparcidos a mi alrededor.

Casi nunca planeaba lo que iba a esbozar, normalmente salía por si solo y era yo el que sostenía el lápiz. Como si mis acciones hubieran sido relevadas a mi cerebro, o quizás mi corazón, y fuese ese el que tenía el control.

En la casa del árbol, el tiempo se detenía. No pensaba en mi padre. Ni en mi madre. Ni en el colegio. Ni en Lucas. En nada.

Me sumergia en mi arte, en mis pensamientos y en mis emociones, y olvidaba por completo las preocupaciones del mundo exterior.

Alli, era libre de ser yo mismo, de expresar todo lo que llevaba dentro sin miedo al juicio de los demás.

No tenía miedo de lo que la otra gente pudiese decir de mi, ya sabía que la gente era cruel, tan solo tenía miedo de que todo aquello algún día me arrastrase en una avalancha y me hundiese.

Porque yo sabía lo que la gente opinaba de mi. Notaba las miradas de reojo que me echaba Lucas cuando estaba a su lado y sus amigos se acercaban.

Sabía los susurros que se provocaban en los pasillos cada vez que pasaba yo.

Sabía las miradas amargas que me daba mi madre cada vez que el profesor de piano le decía que no era competente.

Yo lo notaba todo.

Sin embargo, me lo tragaba y lo dejaba hecho una bola en algún rincón de mi cuerpo para no tener que digerirlo.

Y aunque sabía que debía regresar a clases y enfrentar la realidad, siempre encontraba la excusa perfecta para quedarme un poco más, para sumergirme un poco más en ese mundo que había creado para mí.

Porque allí , en la casa del árbol, era completo, era feliz, era libre. Era yo. Y eso era todo lo que realmente importa.

✅Aquella versión que nunca te contaron  Where stories live. Discover now