CAPÍTULO IX

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STOTTEL

Mis manos repasaban con el carboncillo los suaves trazos del boceto que estaba plasmando en el lienzo.

Había empezado hacía poco a dibujar en lienzo, no entendía muy bien porqué.

Nunca me atrayeron los espacios grandes, ni los huecos de más.

Pero mi vida había cambiado demasiado en aquellos últimos meses.

Había empezado a pensar seriamente y con mucho miedo en el futuro.

Quedaban dos meses para terminar el último curso de instituto y después.....

Después no sabía nada.

Mamá quería verme triunfando con el bufete de abogados de papá.

Papá, cuando salía de su despacho, tan solo me dirigía miradas decepcionadas a las que ya me había acostumbrado.

No sabía que iba a ser de mi.

No sabía donde iba a acabar dentro de dos años.

No sabía nada en aquellos momentos salvo una sola cosa.

Salvo la presencia de Masry sentada en la cama de mi habitación.

Salvo en el pensamiento que surgía en mi cabeza cada vez que pensaba en el futuro :

"Si ella está, yo ya no necesito nada"

Y era un pensamiento egoísta porque me apoyaba en un pilar que ni siquiera se sostenía en sí mismo.

Pero no podía evitar pensar en un futuro a su lado si la tenía tan cerca después de haberla visto tan lejos durante tanto tiempo.

La miré de reojo y sus dedos pasaron con lentitud la revista de arte que siempre guardaba bajo la cama.

De fondo, en los altavoces del teléfono, sonaba "The Scientist", de Coldplay.

- Odio esta sensación - susurró, sin desviar la vista de las páginas de la revista.

Volví a mirar el lienzo que tenía delante y la mano que sostenía en carboncillo comenzó a temblarme.

Para mi, Masry algunas veces me pareció como el mar.

Con sus olas chocando con fuerza contra las rocas pero evadiendo esa paz con la que solo yo podía sentirme a gusto.

-¿Qué sensación? - pregunté.

- Es como.... - Frunció el ceño mientras acariciaba las hojas con la mirada perdida - Como si viviese en invierno. Abrazándome a mi misma sin poder conseguir calor.

Pensé que nadie nunca estaría preparado para Masry.

Nadie nunca llegaría a entenderla o a verla como yo podía hacerlo.

Porque me había aprendido cada uno de sus gestos y los pensamientos o el sentimiento que acarreaban estos.

Masry era demasiado tranquila o demasiado explosiva.

Podía ser demasiado seria o no serlo en absoluto.

Era demasiado sensible o demasiado fría.

Odiaba con cada célula de su ser o amaba con cada fibra de su corazón.

Para ella no había un término medio, era todo o nada.

Ella lo quiso todo pero terminó sin nada.

- La gente piensa que lo más doloroso es perder a quien amas.
Pero la verdad, es que perderse a uno mismo tratando de aguantar la ausencia de ese alguien es mucho peor - respondí, mirando el carboncillo entre mis dedos.

La canción de Coldplay susurraba su melodía en medio del silencio que instalamos en mi habitación.

Sentía sus ojos clavados en mi, pero aún era demasiado temeroso como para aguantarle la mirada a la niña que llevaba amando toda la vida.

- ¿Qué te pasó a ti, Stottel?

Dio por hecho que había sufrido, y eso fue en lo que se basó la especie de relación que compartimos Masry y yo.

Éramos tan distintos, tan opuestos, tan ajenos, y ahí estaba la conexión y esa era la coincidencia, lo que no teníamos en común.

El dolor que ambos compartíamos.

- He recibido muchos golpes a lo largo de mi vida, Masry. Y el dolor no me lo provocó el golpe en sí, si no de quien lo recibí.

- "No es la fuerza de un golpe, es el amor que sentías por esa persona que te lastimó. Las palabras siempre duelen más cuando las escuchas de la misma voz que un día te reconfortó el alma" - recitó.

- Francisco J. Zárate - dijimos a la vez.

No pude evitar mirarla.

Y cuando lo hice, ella ya lo llevaba haciendo por mucho tiempo atrás.

- Algún día llegará tu primavera, Masry.

- ¿Mi.... Mi primavera? - Su ceño se frunció, confuso.

- Sí - asentí - Volverás a florecer.

Sus labios temblaron. Al igual que su barbilla.

Cerró con lentitud la revista y la dejó a un lado encima del colchón.

Su pelo se resbaló por sus hombros cuando se levantó y comenzó a avanzar hacía mi.

Apreté con fuerza el lápiz, no podía evitar perder los nervios cuando la tenía cerca.

La miré desde abajo cuando se quedó parada delante mía.

Sonrió.

- Gracias - dijo, antes de rodearme el cuello con sus pequeños brazos.

Cerré los ojos oliendo su aroma a canela.

Enterré con lentitud mi nariz en su cuello y, de pronto, sentí la necesidad de estrecharla con fuerza.

Y eso hice, la rodee con mis brazos y la atraje hacia mi con la necesidad de sentirla.

Todos somos grises, hasta que llega alguien y comienza a colorearnos bonito, sin salirse de la raya.

No pude elegir la bala que me mataría, pero sí elegí al asesino.

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