CAPÍTULO XXIII

39 15 29
                                    

MASRY

El entierro de Lucie fue un domingo.

El cielo estaba nublado.

Las nubes grises estaban cargadas y pensé de nuevo que ella era el gris.

Que ella estaba ahí mirándome desde arriba y culpandome de todo.

Era como si un pedazo de mi corazón hubiera sido arrancado con violencia, dejando una herida abierta que nunca terminó de sanar.

Era una sensación de vacío, de soledad abrumadora que se instalaba en lo más profundo de mi ser y no me dejaba respirar.

No te dejaba dormir.

No me dejaba vivir.

Recuerdo la llamada en la que recibí la noticia de su muerte.

Fue como si el mundo se detuviera, como si todo perdiera sentido de golpe.

¿Cómo podía ser posible que la persona que había estado a mi lado en los peores momentos, la que había compartido mis alegrías y mis penas, ya no estuviera aquí?

El peso de la culpa se instaló en mis hombros como una losa, haciéndome sentir culpable por no haber estado ahí, por no haber podido evitar su muerte.

¿Podría haber hecho algo para cambiar el curso de los acontecimientos?

¿Podría haber salvado su vida si hubiera actuado de otra manera?

Esas preguntas martillaban mi mente sin dar tregua, convirtiéndome en prisionera de mis propios pensamientos.

Fui yo la causante.

Fui yo. Fui yo. Fui yo.

Siempre fui yo el incendio.

El recuerdo de los momentos felices que compartimos juntas se convirtió en un tormento.

En una tortura constante que me recordaba lo mucho que la extrañaba.

Lo mucho que lamentaba no haberle dicho que sí la quería.

No haberle dicho cuánto significaba para mí.

Se fue y no pude decirle que, todo lo que pasó por su cabeza cuando decidió terminar con su vida, era mentira.

Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro sonriente, sus ojos brillantes llenos de vida, y el dolor se intensificaba, haciéndome sentir como si estuviera perdiendo la razón.

Me aferraba a los recuerdos con desesperación, tratando de retener cada detalle, cada gesto, cada palabra que habíamos compartido, temiendo que se desvanecieran en el olvido.

Su voz resonaba en mi cabeza como un eco lejano, recordándome constantemente que ya no estaba ahí.

Que ya nunca volvería a sentir su abrazo cálido.

Su risa contagiosa.

Su amor incondicional.

El dolor se apoderó de mí de una manera tan intensa que sentía que nunca sería capaz de superarlo, de seguir adelante sin ella.

Aquel día el ambiente estaba cargado.

Miré a mi alrededor, no sé muy bien para qué, porque no me interesaba el entorno.

No me interesaba la gente que me rodeaba.

Gente vestida de negro que apenas conocía.

Gente que no debía estar allí, manchando la tierra, que con sus huellas ensuciaban.

✅Aquella versión que nunca te contaron  Where stories live. Discover now