CAPÍTULO XVIII

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Me dijeron que enamorarse era una de las experiencias más intensas y maravillosas que podíamos experimentar como seres humanos.

Pero nadie me dijo que también podía ser una de las más dolorosas, especialmente cuando la persona de la que nos enamoramos apenas sabe de nuestra existencia.

Solemos idealizar a esa persona, pensando en ella constantemente y creando en nuestra mente una imagen perfecta y casi inalcanzable.

Nos obsesionamos con la idea de conquistar su corazón.

De hacer que se fije en nosotros, de ser todo lo que siempre ha deseado.

Pero a medida que pasan los días, las semanas, los meses, nos damos cuenta de que esa persona nunca nos mirará de la misma forma en que nosotros la miramos a ella.

El dolor y la angustia de estar enamorado de alguien que apenas nos conoce es abrumadora, haciéndonos sentir solos, desamparados y a veces incluso humillados.

El dolor de enamorarse de alguien que apenas sabe que existimos es como una herida abierta que no deja de sangrar

Cada vez que pensamos en esa persona, sentimos cómo el corazón se nos encoge, cómo nos aprieta el pecho, cómo nos duele en lo más profundo de nuestro ser.

Nos preguntamos una y otra vez qué hicimos mal, por qué no nos corresponde, por qué no podemos simplemente olvidar y seguir adelante.

El dolor y la angustia de enamorarse de alguien que apenas nos conoce nos hacen sentir vulnerables, expuestos, frágiles.

Nos sentimos como en un constante estado de limbo, esperando a que esa persona finalmente se fije en nosotros, nos reconozca, nos quiera.

Pero la realidad es que, en la mayoría de los casos, eso nunca sucede, y debemos aprender a aceptar y a superar ese dolor de la manera más sana posible.

A veces, nos aferramos a la esperanza de que esa persona algún día nos mirará de otra forma, de que se dará cuenta de lo mucho que la queremos, de lo dispuestos que estamos a darlo todo por ella.

Pero la verdad es que no podemos forzar a nadie a amarnos, a querernos, a estar con nosotros.

Yo ya sabía que nunca querría a nadie como quería a Masry.

También sabía que nunca Masry me miraría con los mismos ojos con los que yo la miraba a ella.

Para mi era como estar atrapado en un callejón sin salida, sin saber hacia dónde ir, sin poder avanzar ni retroceder.

Me sentía como prisionero de mis propias emociones, de mis propios deseos, de mis propias ilusiones.

Cada vez que la veía sonreír, algo se estiraba en mi piel.

Cada vez que la veía triste, algo se apretaba en algún lugar muy profundo de mi corazón.

La sensación de que algo apriete y estire la piel por dentro es un dolor intenso que parece arrastrarse desde lo más profundo de nuestro ser, una angustia que se apodera de todo nuestro ser y nos deja sin aliento.

Es como si una fuerza invisible estuviera tirando de nuestras entrañas y apretando con fuerza, haciendo que cada fibra de nuestro ser se retuerza en agonía.

Es un dolor punzante que parece no tener fin, que se intensifica con cada respiración y que nos deja sin fuerzas para seguir adelante.

La piel se estira hasta el límite, como si estuviera a punto de romperse, y el dolor se extiende por todo nuestro cuerpo, haciéndonos sentir como si estuviéramos siendo desgarrados desde adentro.

Es una sensación indescriptible, que nos hace desear con todas nuestras fuerzas que termine cuanto antes.

La angustia nos invade, nos paraliza y nos sumerge en un mar de pensamientos oscuros y temores incontrolables.

Nos sentimos impotentes, atrapados en un ciclo interminable de dolor y sufrimiento, sin poder encontrar una salida a esta pesadilla que nos consume por dentro.

A veces me preguntaba qué sentía en realidad por ella.

¿La quería?

¿La amaba?

¿La necesitaba?

Quizás las tres cosas.

Quizás estaba empezando a llorar por todas aquellas cosas de las que antes me reía.

Me reí del amor y ese se volvió en mi contra y me apuñaló.

Me clavó dagas en el pecho, dificultando a mi corazón a latir con normalidad.

En los pulmones, dificultando el hecho de poder respirar bien.

En la piernas, dificultandome el no poder evitar derrumbarme.

El amor es tan intenso que puede llegar a consumirnos por completo, dejándonos con un vacío en el pecho que parece imposible de llenar.

Me dejó cicatrices difíciles de sanar.

Se burló de mi, tirado en el suelo, mientras me miraba desde arriba.

El amor duele.

Duele en lo más profundo de nuestro ser, dejando un rastro de dolor y desolación a su paso.

Era como sentir ese vacío en el pecho.

Como si todo a tu alrededor se hubiera desvanecido y te encontraras solo en medio de la nada, sin rumbo y sin dirección.

Cuando te sientes rodeado de la nada y experimentas un vacío en el pecho, puede resultar difícil encontrar consuelo y alivio.

Sentirse desconectado de los demás y no tener a nadie con quien compartir tus pensamientos y emociones puede hacer que el vacío se vuelva más profundo. Puedes sentirte aislado y desamparado, incapaz de encontrar consuelo en medio de la nada.

Y yo andaba con un enorme hueco en el pecho por el que la gente se asomaba curiosa y yo tan solo respiraba hondo, porque había perdido las fuerzas para hacer nada.

Para reconstruir lo que desde un principio estuvo derrumbado.

Asi que sí, el amor dolía.

Y ese dolor te mataba.

No podías luchar.

No podías apretar el gatillo porque ya te estaban apuntado desde diferentes direcciones.

Solo podías quedarte estancado en medio de la nada.

Solo pude quedarme estancado en mitad de la nada hasta que la tormenta surgió.

Hasta que me removió.

Hasta que me hizo más sangre de la que ya había derramado.

✅Aquella versión que nunca te contaron  Where stories live. Discover now