CAPÍTULO V

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STOTTEL
Si alguien tuviese que decir una de las cosas más bonitas de el pueblo que me vio crecer, supongo que describiría aquel acantilado a las afueras. Con su imponente presencia que se alzaba majestuosamente frente al mar, como si fuera un guardian de los secretos que se escondían en sus profundidades.

Aquel acantilado era el punto de mira de casi todos los adolescentes de Tenna Town. Algunas parejas aparcaban sus coches tras algunos árboles y hacían sus cosas. Otros, los más románticos, desplegaban una sabana sobre el capó del coche y se tumbaban a ver las estrellas con el sonido del mar golpeando las piedras.

Conocí el acantilado gracias a Lucas y sus amigos. Fue una de las muchas fiestas que ellos celebraban y de las pocas a las que me apunté. Aquella noche me la pasé entera apartado a lo lejos y sentado en una de las altas piedras. Nunca me gustaron los amigos de Lucas, sin embargo, tenía que aguantarlos unas horas con tal de no decirle a mi mejor amigo que sus amistades eran basura.

Aunque supongo que él ya lo sabía. Lo notaba cuando sus ojos ya no brillaban. Cuando sus sonrisas se volvían apagadas y fingidas. Cuando se podía ver que sus alas se guardaban.

No se cómo fue cuando descubrí que ese acantilado se convertiría en mi punto débil. Supongo que no entendí porqué, pero si lo supe.

Como cuando sientes un escalofrío repentino y no puedes explicar por qué, pero sabes que hay algo en el ambiente que te ha afectado de alguna manera.

Como el inexplicable impulso de reír a carcajadas sin motivo aparente, como si el universo estuviera conspirando para alegrarte el día.

Como la sensación de déjà vu, cuando ves algo o alguien por primera vez pero sientes una extraña familiaridad que no puedes explicar.

Como la intuición que te dice que algo malo va a suceder, sin ninguna evidencia concreta pero con un fuerte presentimiento en tu interior.

Como el amor a primera vista, cuando conoces a alguien y sientes una conexión instantánea que no puedes racionalizar, pero que sabes que es real.

Al final era increíble lo poco que sabíamos de nosotros mismos, ¿verdad? A veces pensábamos que nos conocíamos a la perfección, pero en realidad, solo conocíamos una pequeña parte de lo que somos. Nuestros pensamientos, emociones y acciones eran tan complejos y cambiantes que resultaba imposible estar completamente seguros de quiénes somos en realidad.

Aquella noche el acantilado estaba revuelto. El mar está inquieto y la luz de la luna se reflejaba en algún punto perdido de él.

El viento soplaba con fiereza, llevandose consigo el frescor del mar y el olor a salitre que impregnaba mis pulmones con cada bocanada de aire.
La temperatura siempre era un poco más fría que en el resto del pueblo, pero eso no me importaba, ya que el paisaje que se extendía ante mis ojos me hacía sentir vivo y en conexión con la naturaleza.

Me senté en el borde del acantilado y miré hacia abajo, sintiendo una mezcla de emoción y miedo que recorría todo mi cuerpo. Las olas rompían con fuerza contra las rocas que se encontraban en el pie del acantilado, creando un sonido ensordecedor que resonaba en mis oídos y hacía que mi corazón latía con intensidad.

A pesar de todo, me sentía tranquilo y en paz en aquel lugar, como si la grandiosidad de la naturaleza me estuviese recordando lo pequeño que era en comparación con ella.

Cada vez que visitaba el acantilado, sentía una sensación de libertad y de estar en armonía con el mundo que me rodeaba. Era como si en aquel lugar pudiera simplemente ser parte de algo mucho más grande y poderoso que cualquier cosa que pudiese imaginar.

El acantilado era mi santuario, mi refugio en medio del caos del mundo exterior, y me sentía agradecido por poder disfrutar de su belleza y su grandeza.

Me sentía agradecido de poder estar lejos de casa.

Últimamente, mama a penas se quedaba a cenar conmigo en la mesa y se iba al despacho de papá. No entiendo de qué hablaban, pero no quería acostumbrarme al hecho de perder la atención de mi madre también.

Suspiré lentamente y el vaho salió de mi boca. Miré de reojo mi bloc de notas y apenas me dieron ganas de esbozar. Tan solo quería hundirme en algo que no me hiciese pensar. Pero eso también era imposible, porque mi vida se había basado en sobre pensar cada cosa en mi mente.

Me tumbé sobre la piedra con las piernas colgando del acantilado y cerré los ojos.

Me pregunté : ¿Cuál es mi propósito en este mundo a parte de tan solo existir?

Y, entonces, una voz desconocida me gritó en mi subconsciente : ¿Acaso alguien tiene un propósito en la vida?



✅Aquella versión que nunca te contaron  Where stories live. Discover now