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Cuando llegué a casa, estaba sola. Sofi y mis padres ya dormían, pero después de todo lo vivido aquél día, mis nervios estaban a flor de piel y no podía esperar a ver qué decía Lauren en la puerta trasera de mi casa. Allí había dos latas de conservas y una manta, además de un pequeño sobre. Entré en casa y subí a mi habitación con todo en los brazos, hasta sentarme en la cama. Cuando abrí el sobre, era la misma letra que en la anterior nota, pero esta vez tenía algo más escrito que sólo dos iniciales.

"Una lata es para ti, la otra para tu familia. Deja de preocuparte por todo, Camila. Come, tápate con esa manta, entra en calor y relájate. —LC"

Miré las latas, una era más grande que la otra, y miré la manta, llevaba el símbolo del ejército grabado en medio. No podía, no. No pude remediarlo y tuve que comer, eran simples judías pero tenía que comer. Me estaba muriendo de hambre, y ya le había dado mi parte de comida aquél día a Sofi y a mi madre. Con la mano y sin esperar, me llené la boca de estofado de judías con búfalo, de rodillas en el suelo y la cabeza agachada. Los días eran tan largos si estabas hambriento, y en el Bosque era el pan de cada día.

Haciendo un esfuerzo sobre humano, paré, y guardé la mitad de la lata debajo de mi cama, poniendo la más grande encima de la mesa. Me tumbé en la cama y eché aquella manta encima de la que tenía. Daba las gracias, así que bajo la manta y a la luz de un candil, le escribí mi respuesta.

"Gracias por las judías, Lauren. Estaban verdaderamente deliciosas. ¿Por qué debería dejar de preocuparme? Tengo que cuidar de mi hermana sin medios, no me puedes pedir que me relaje y me quede en casa 'siendo lista'. Pero... Gracias también por lo de Erik. —CC."

*     *     *

Las paredes de la enfermería aún tenían rastro de la carnicería que se vivió unas semanas atrás, y allí todavía quedaban soldados recuperándose de aquella tragedia. Escuchaba lamentos de dolor, y las enfermeras se quedaban al lado de ellos, sujetándoles la mano o simplemente haciéndoles compañía.

En una esquina, Lauren estaba sentada en la camilla con la camisa al lado y me miraba esperando a que fuese hacia ella. Cuando llegué, sonreí un poco, dejando mi abrigo al lado de su camisa.

—Buenos días. —Dije yo, sintiendo su mirada escudriñarme a cada paso que daba.

—Buenas. —Respondió ella, tan seca como casi siempre.

Vi unos guantes blancos en la bandeja de metal donde estaban todos los instrumentos, y los cogí observándolos. Parecían ser de goma.

—Tienes que ponértelos. —Dijo ella, y rápidamente me los enfundé, abriendo y cerrando las manos para que se ajustasen.

—No suelo usar esto. —Me giré hacia ella sonriendo de nuevo, y ella simplemente me sostenía la mirada, irguiéndose cuando me acerqué a ella para ponerme justo delante de Lauren.

Quité la banda pegajosa de esparadrapo que pegaba la gasa a su herida, y cogí las pinzas.

—Has... —Carraspeé un poco antes de hablar. —¿Has hecho lo que te dije? Dejar la herida sin la venda un rato cada día.

—Por la noche. —Me dijo asintiendo y yo corté los hilos que se unían entre sí formando la sutura.

—Está bien. Dime si esto te duele. —Tiré un poco del hilo pero Lauren no se inmutó, ni siquiera dijo nada, simplemente miraba al frente, justo donde mis pechos, debajo de una camiseta fina, se situaban.

Quité el hilo trozo a trozo, tragando saliva por si le hacía daño, pero ella nunca se quejaba. Cogí un poco de cleptum y lo unté por la cicatriz que le había quedado, lentamente, de arriba abajo.

cielos de ceniza; camrenWhere stories live. Discover now