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Los pasillos de la Sede ya no eran tan extraños, y esas celdas que una vez me encerraron, ahora parecían lejanas para mí. Lauren me conducía, me miraba con una pequeña sonrisa, hasta que llegamos a una sala en la que simplemente había una ventanilla.

—Traigo a una novata. —Aquellas palabras hacían que Lauren sonase como si no me conociese, pero sabía que era un formalismo.

Un chico se asomó al mostrador y frunció el ceño, poniendo los brazos encima de la mesa. Tenía la nariz aguileña, delgaducho, con ojos negros casi sin expresión. Quizás por su complexión lo tenían allí.

—¿Novata de qué?

—Enfermera. —Él alzó la vista para mirar a Lauren, y luego se acercó a la ventanilla para mirarme a mí.

—¿Enfermera? ¿Nueva enfermera? Espero que esta cure de verdad. —No pude evitar sonreír aguantándome la risa, agachando la cabeza.

—Sí, esta cura de verdad. —El chico volvió a fijar su mirada en mí, tendió un papel con un bolígrafo y carraspeó.

—Tienes que hacer un pequeño examen. —Puso un libro encima de la mesa, un cuaderno y un bolígrafo. —Será en un mes cuando se admitirán las nuevas enfermeras. Mientras tanto, dormirás en una habitación compartida. Aquí tienes tu pase para la ropa. —Encima de los libros, puso una tarjeta azul. —Y aquí está el código de habitación. —Colocó otro papel encima del montón y cruzó las manos con una sonrisa. —Eso es todo.

Lauren cogió el montón de libros y me dio la tarjeta y el ticket, que observé detenidamente. Entonces, mientras caminábamos hasta la lavandería, una duda me asaltó.

—¿Qué pasa si no apruebo el examen? —Pregunté entrando en el ascensor con Lauren, que llevaba los libros en una mano.

—Te vas fuera. —Entreabrí los labios alzando una ceja, pero Lauren no se inmutó, sólo me miraba con una pequeña sonrisa.

—¿Por qué te ríes? No es motivo de gracia.

—Porque no te vas a ir. —Permanecí en silencio, escuchando sus siguientes palabras. —Todo el mundo sabe lo buena que eres.

—No... No lo soy. —Metí un mechón de pelo tras mi oreja, viendo cómo las plantas subían en la pequeña pantalla, con números iluminados en color azul.

—Sí que lo eres. Eres como uno de esos soldados que aprenden a defenderse y a ser soldados desde pequeños, en la calle. Son más fuertes que los que entran en academias. —Desde detrás, sonreí un poco ante su comentario, con las mejillas algo rosadas. —No lo haces de forma racional, lo haces porque es lo que sientes, porque es lo que hay que hacer. Es tu don innato.

—De todas formas... ¿Qué pasa si suspendo? Me van a echar. —Ella se giró negando con aquella mirada penetrante. Había momentos, en los que me daba miedo, pero ahora infundía otra cosa.

—No, porque ya has trabajado aquí, y lo quieras o no, has evitado que muera la gente que ahora te va a aceptar. Tú ya hiciste tu examen, esto —levantó el libro con una sonrisa— es sólo un absurdo trámite.

—De... —Carraspeé apretando los ojos un poco, intentando no sonreír. —De todas formas, quiero aprobarlo... Hace mucho que no estudio.

—Lo harás.

Al salir del ascensor, entramos a una planta que yo no había visto antes. Allí, había luz, y no aquellos plafones que alumbraban los pasillos inferiores, esta luz provenía de las ventanas. Una señora con un carro, vestida con pantalón y camisa blanca con el símbolo del ejército en el pecho paró en seco al ver a Lauren.

cielos de ceniza; camrenWhere stories live. Discover now