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La Sede era un total caos, un auténtico descontrol de soldados corriendo, llevando armas de un sitio a otro, gritos y lamentos de madres que no sabían lo que iba a pasar. En mi madre, veía una cara de preocupación que jamás había visto, pero yo veía a Lauren más segura que nunca.

Nos condujo a través de unos pasadizos subterráneos alumbrados por la luz del candil que llevaba en la mano, con paredes blancas y plafones alargados que recorrían aquellos interminables pasillos. Se oían llantos al final, un murmullo destartalado, lamentos desesperados.

Al final de aquél pasadizo, había una puerta acorazada de acero, con teclado en la cerradura. Lauren introdujo unos dígitos, y la puerta se abrió. Era un búnker enorme, lleno de literas, latas de conserva, donde se estaban refugiando las familias de los soldados.

—Sólo caben tres más. —Escuché la voz del soldado que vino a recogerme a mi casa, Bronco dijo Lauren que se llamaba. —No caben los cuatro.

—Sí, sí que caben. —Respondió Lauren mirando a su compañero.

—Yo me quedaré fuera. —Comenté, y la mirada de Lauren fue dura, seria, fría, negativa.

—No, Camila. —Se negó Lauren, mientras que mis padres ya estaban dentro, con mi hermana abrazada a las piernas de mi madre.

—Camila, ven con nosotros.

—Si voy echarán a alguno de los tres, y sé que voy a estar bien. —Di un paso hacia atrás, alejándome de la puerta, pero Lauren tomó mi antebrazo apretándolo tan fuerte que sentí cómo clavaba sus dedos a través de mi chaqueta.

—Lauren, es una de las pocas buenas enfermeras que hay. Llévatela al bosque. —Lauren tragó saliva y asintió, estaba claro que sólo acataba las órdenes de Bronco.

Sin soltar mi brazo, Lauren se dio la vuelta y caminó rápido por el pasadizo, un tanto enfadada parecía, pero no sabía qué pensar. Aquella chica era un torbellino de emociones, sentía una cosa y se comportaba como si no sintiese nada.

Al llegar a la salida, seguía el descontrol en la Sede, los pasillos iban a un ritmo frenético, al igual que Lauren, que me tiró del brazo hasta correr a un pasillo algo más vacío.

—Voy a por mis armas y un equipo, espérame aquí y no te muevas, ¿me oyes? —Asentí rápidamente, observando los rastros de sangre reseca que caían desde su nariz, cubriendo por completo su boca y la barbilla. Lauren asintió también, y se alejó por el pasillo hasta desaparecer detrás de una esquina.

Escuché una explosión fuera, y de repente, el murmullo se convirtió en gritos, órdenes, confusión, soldados con armas desfilando hacia la salida, y yo escondida detrás de una de las puertas que estaba abierta. ¿Qué estaba pasando? Estaba absolutamente aterrada, iban a morir personas inocentes que no tenían tanta suerte como mi familia, que no tenían a alguien como Lauren cerca de ellos.

Por el espacio que dejaba la puerta, vi a Beeck, que movía el brazo insistentemente con la metralleta en el pecho, para que todo el pelotón se moviese. Estaba angustiada, esperaba que no entrase nadie en aquél búnker, y también que Lauren supiese protegerme.

El pasillo se quedó en silencio, despejado, y abrí un poco la puerta. No había nadie, todo estaba tranquilo. Lauren salió de uno de los ascensores, y corrió apresurada hacia mí, empujándome de nuevo tras la puerta.

—¿Qué pasa? —Pregunté antes de que su mano presionase mi boca, y mi espalda chocó contra la fría pared que me respaldaba.

El ruido de unos pasos hizo eco en el pasillo, y Lauren sacó su pistola, mirando por el espacio de la puerta. Estaba aterrada, quería salir ya de la Sede, quería huir al bosque y que nadie nos encontrase. Quería salir de toda aquella locura en la que estábamos sumidos, pero la realidad no era esa. Un chico rubio con un pañuelo rojo al cuello apareció por el hueco de la puerta. Llevaba un arma parecida a una metralleta en los brazos, pero la llevaba bajada. Lauren alzó el arma apuntando a su cabeza.

cielos de ceniza; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora