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Abrí los ojos, luz del sol. Lauren no estaba a mi lado, pero me había dejado el calor en el saco de dormir. No quería salir de allí, pero entendía que tenía que hacerlo. La ropa estaba encima de mí para calentarme, incluso el abrigo de Lauren, cuidaba demasiado de mí. En ese momento, me asuste, ¿dónde estaba Lauren? ¿Qué había pasado? ¿Y si se la habían llevado esos rusos? Mi cabeza era un revuelo de pensamientos descabellados, y entonces el olor a leña, a fuego, llegó hasta mí. Era una hoguera, así que Lauren debía de estar allí.

Me vestí dentro del saco, enfundándome los pantalones, la camiseta, mi jersey descosido por algunas partes, ajado y roído, mi chaquetón y el abrigo que me había dejado allí Lauren. Entonces, me puse de rodillas y quité la lona, exponiéndome al exterior. El sol lucía en lo alto, y debía ser que, en el interior del bosque los cielos dejaban de ser de ceniza, y se convertían en un reflejo de los árboles, de aquella naturaleza que nos rodeaba. Las ramas de los árboles se enlazaban entre sí, formando cúpulas verdes, luces y sombras que adornaban el follaje. Las raíces de los árboles eran gruesas, más grandes incluso que las ramas, se hundían bajo la tierra y volvían a salir, se cruzaban entre ellas, revestidas por un manto de musgo y verdín cubierto por la nieve que había caído aquella noche.

Y entonces, después de que mis sentidos se viesen atrapados por la naturaleza, estaba Lauren. De cuclillas frente a una pequeña fogata, que estaba rodeada por piedras y formada por ramas secas que Lauren recogió la noche anterior.

—Buenos días. —Le dije, y ella giró la mirada rápidamente, esbozando una débil sonrisa.

—Buenos días. —Respondió levantándose del suelo.

—¿Te importaría ayudarme a salir? Es que... —Miré a los lados, seguía en aquél zulo de tierra que empezaba a agobiarme y no sabía cómo salir de allí.

Lauren se acercó hasta mí, y señaló un hueco en la pared de tierra que había allí. Seguramente, lo habría hecho expresamente para que yo pudiese salir de allí, porque ella no lo necesitaba.

—Pon el pie ahí, impúlsate hacia arriba y dame las manos. —Explicó.

Colé el pie en el hueco, e hice el amago de impulsarme dos veces, hasta que a la tercera lo conseguí y ella tiró de mis manos, sacándome de aquél hueco. Apoyé las manos en la tierra y me levanté como pude, alzando la vista del suelo hasta Lauren. Reparé en que estaba llevando simplemente una camiseta de manga corta blanca y una camisa azul marino remangada por los codos, ¿a cuántos grados podríamos estar? ¿A cinco? Pero a ella parecía no afectarle nada, ni siquiera el frío.

—Todo está controlado en la Sede, tus padres están bien. —Dijo arrodillándose ante la pequeña fogata, colocando una lata de conservas abierta justo al lado.

—No tenemos casa, Lauren. —Susurré acercándome, poniéndome de rodillas y extendiendo las palmas de las manos para notar ese calor expandirse por todo mi cuerpo, y cerré los ojos al recibirlo. Estaba en la gloria. No había mejor sensación que esa.

—Encontraré una solución. —Respondió en voz baja, convencida, partiendo algunas ramas y tirándolas al fuego. —¿Has dormido bien?

—Nunca he dormido bien, excepto quizás una vez. —Comenté distraída, viéndola sacar la lata del fuego y la puso en la tierra, dándome una cuchara.

—¿Cuándo fue? —Ella sacó otra lata, quizás para ella, porque la mía de judías y fletán no la había tocado.

—La primera vez que dormí en un colchón de verdad. Tu... Tu colchón. Cuando, ya sabes, tuviste esa infección. —Hundí la cuchara en la lata, llevándome el primer bocado a la boca.

cielos de ceniza; camrenWhere stories live. Discover now