CAPÍTULO 2

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Invisible — 5SOS

Lauren's POV

Cuando llegué al restaurante las sillas aún estaban encima de las mesas, y la luz iluminaba de forma muy tenue el salón. Al fondo, en la cocina, se escuchaban risas y voces huecas que no llegaba a distinguir muy bien; seguro que serían los camareros y cocineros cenando. El servicio estaba a punto de empezar.

Dejé mi mochila en el área de personal, una sala bastante pequeña donde todos dejaban sus efectos personales, y asomé por la puerta de la cocina.

—¡Hey Lauren! —Gritó uno de los camareros llamándome con el brazo, y como es normal fui. Eran todos mucho más mayores que yo, que al ser más joven e inexperta me quedaba fregando platos. Odiaba ese trabajo. —¿Quieres cenar? —Señaló un bol enorme de espaguetis boloñesa en la mesa.

—Claro, tengo hambre. —Asentí sonriente, tomando asiento en el taburete, formando un círculo alrededor de la mesa.

Major, el cocinero echó una gran cantidad en mi plato, aunque sabía que no me lo comería todo. Los veía hablar mientras con el plato en la mano pegado casi a mi cara comía. Era agradable congeniar con gente así, aunque muchas veces gritasen y pusieran malas caras porque no había suficientes platos limpios; pero estaba bien. En aquél punto de mi vida, tampoco podía quejarme de mucho.

—¿Están buenos? —Preguntó Major, y asentí con la boca llena a dos carrillos de pasta con tomate y carne. Creía que era el mejor cocinero del mundo, a veces me daba recetas para que mi hermana se comiese las verduras. Era genial, casi como un padre para mí.

Lo único que fallaba allí, era el metre.

Tras aquella cena y varias charlas sobre lo que iba a pasar aquella noche, la gente comenzó a entrar. Daba platos, y a la media hora comencé a recogerlos y fregarlos. Era algo asqueroso, a decir verdad, porque ni siquiera tenía guantes. Tocaba la comida de la gente, incluso cosas que habían mordido y luego dejaron en el plato, era absolutamente vomitivo pero... Era mi trabajo. Y no podía perder aquél trabajo.

Frotaba los platos con el estropajo bien fuerte, tanto que a las dos horas de estar fregando las hebras se me clavaban en las palmas de las manos. Cuando terminaba el servicio, los camareros se iban, los cocineros se quedaban limpiando la cocina y yo tenía dos montañas de platos por fregar que casi me llegaban a la cabeza.

Intentaba pensar en otras cosas mientras fregaba platos, como por ejemplo la sonrisa de mi hermana al despertarse por la mañana y verme. O también, lo contenta que se pondría mi madre cuando cada mes llegasen a casa esas 700 libras, aunque mi madre ni siquiera estaba allí. Hacía siete años que no la veía y el alma se me pudría cada día que pasaba sin ella. Unos dicen que murió, otros que seguía trabajando en Estados Unidos, pero la única verdad era que mi madre se fue para buscarnos una vida mejor y llegó un punto en que no supimos nada de ella.

También pensaba en cosas que quería escribir, pensaba en historias, mi mente nunca paraba. Era como un volcán a punto de estallar con mil mundos en la cabeza.

Mis compañeros en el instituto decían que era una rarita porque me gustaba leer, y decían que vestía como un chico. Yo simplemente llevaba vaqueros y una camiseta, aunque una vez me quemaron una en el vestuario. También me cortaron el pelo; me hicieron creer que eran mis amigas para invitarme a una cena, y cuando llegué al restaurante no había nadie; todos los días se burlaban de mí por ser 'diferente', y ahora ellos están estudiando carreras y yo estoy fregando platos. Suponía que el mundo era así, estaba clasificado, y yo estaba en el último escalón.

Al terminar, mis manos estaban tirantes del jabón industrial, enrojecidas por el calor y cansadas de fregar todos aquellos platos. Como todos se habían ido ya y sólo quedaba el gerente repasando las cuentas, pude cambiarme en el área de personal. Aquél pantalón roto por las rodillas, una camiseta blanca básica y una chaqueta de chándal gris. Mis vans nunca fallaban.

blue nighttimes; camrenWhere stories live. Discover now