Gwen

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La sensación que tengo en este momento es la misma que sentí cuando fui al encuentro de Verónica por primera vez. Mis manos sudan, tengo palpitaciones y unas terribles ganas de salir corriendo. Pero no puedo hacerlo, no puedo correr y alejarme. Tengo que enfrentarlo, tengo que ser valiente y hablar con él. Quizás nuestro primer encuentro no sea tan desastroso como lo fue con mi madre.

Estoy en el parque, sentada en una hamaca, esperando a que llegue él.

Robert Rise.

Una semana después de ese horrible momento en el que Donald Szifron acabó con su vida, el teléfono de Caden sonó y el tal Donovan le dijo que tenía toda la información sobre el hombre que le había pedido buscar. Con todo lo que había sucedido, me había olvidado por completo que, al parecer, Robert era mi padre biológico.

Caden y yo leímos juntos el informe. Robert Rise es un profesor de matemáticas que vive en las afueras de la ciudad, está casado y tiene dos hijos. Sarah y Steven, gemelos.

Es un hombre común, con una vida común y tranquila. Y es por eso que ahora me siento tan nerviosa e intranquila. No quiero cambiar nada de su vida, no quiero causarle problemas con su esposa, con sus hijos. No sería justo.

Observo la hora en mi reloj, faltan cinco minutos para las cinco. Acordamos encontrarnos aquí para hablar, sólo le dije que yo era una conocida de Verónica y que había encontrado un dibujo de él entre sus cosas después de que murió. Lo escuché llorar a través del teléfono cuando le di la noticia sobre ella, y fue intenso.

Miro hacia el otro lado del parque, Caden está esperándome en el auto. No quiso bajar conmigo, dijo que era un momento muy personal.

Alzo la mirada cuando un hombre se detiene cerca de mí. Me quedo de piedra porque él es joven, es muy joven, pero podría ser mi padre.

—¿Tú eres Gwen? —inquiere.

—H-hola... —me pongo de pie y le doy la mano —Mucho gusto.

Él no dice nada, me mira fijo a la cara y el dolor comienza a hacerse claro en sus ojos. Entonces sé que ve a Verónica en mí.

—Eres igual a ella —murmura.

Trago, no hay una forma delicada de decirle, no se me ocurre. Saco el dibujo que encontré y se lo doy.

—Tú eres igual al dibujo —le digo.

Él lo toma con cuidado y sonríe levemente.

—Ella siempre fue muy talentosa, se la pasaba mirándome y diciéndome que era perfecto para plasmar en papel —dice con nostalgia y entonces gira el dibujo.

Sus ojos comienzan a leer las palabras que ella dejó allí. Su respiración se acelera un poco, me mira, vuelve a mirar el papel.

Veo el momento exacto en el que sus ojos se pueblan de lágrimas, se cubre la boca con la mano y luego comienza a reír. Lo miro extrañada mientras intento aguantar mis propias lágrimas.

—Mire, yo no sé si es verdad lo que ella puso allí, pero...

No puedo terminar de hablar porque él está abrazándome. Me agarra fuerte y su risa me hace doler un poco el oído.

—Eres mi hija —dice cuando se aleja y me mira a los ojos.

—No lo sé... ella jamás me dijo nada sobre ti y todo es tan extraño. Yo no quiero entrar en tu vida y alterarla, si esto llega a ser mentira...

—Eres mi hija —repite con una sonrisa llorosa —Lamento no haber estado en tu vida, lamento mucho no haber sabido de ti antes.

Me sorprenden sus palabras, porque él no tiene la culpa de eso. Él no sabía nada.

—No sé qué decir —me río un poco nerviosa.

—Demos una vuelta por el parque y conozcámonos —me ofrece el brazo y lo acepto.

Mientras caminamos bajo el tibio sol, entiendo muy bien por qué Verónica se enamoró de él. Y también entiendo por qué lo dejó ir y se alejó.

Robert es un hombre maravilloso, alguien comprensivo y bondadoso. Alguien que no sabe lo que es estar en la oscuridad.  Verónica vivía allí, y no quería arrastrarlo a eso. 

Por primera vez desde que murió, siento su presencia junto a mí y puedo decir que está en paz. Y eso es todo lo que necesito sentir. 

Peligrosa AtracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora