7. ¿Qué ha pasado?

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Lexa frunce el ceño al no encontrar a nadie tras la puerta. Piensa que quizá alguien se haya equivocado de piso o simplemente sea una broma de algún niño que vive en su mismo edificio. Se dispone a cerrar la puerta cuando de repente una mano se lo impide. Abre los ojos de par en par al notar la fuerza que vuelve a abrir la puerta de su apartamento encontrándose a una Clarke con la respiración completamente agitada.

— ¿Griffin, qué hac...? — pregunta siendo interrumpida por los labios y las manos de la rubia, que devoran su boca con desesperación y agarran con fuerza su rostro — ¡Espera, espera, Clarke...no!... ¡Estás borracha! — la aparta de ella, notando el estado de embriaguez de la rubia.

— Cállate y fóllame, Lexa. Te necesito ahora mismo — suelta Clarke agarrándola de nuevo, atraiéndola vorazmente a sus labios.

¡A la mierda el sentido común y la fuerza de voluntad! 

Lexa se ve incapaz de controlarse más. Lo ha intentado, de verdad que sí. Pero al oír las palabras de Clarke, con ese tono ronco que la vuelve completamente loca, su cerebro deja de obedecerla dejando a su cuerpo actuar sin más preámbulos. Pierde su lengua entre los labios de esa cálida boca que le pide a gritos ser devorada, mientras sus manos se aferran a su baja espalda empujándola contra su cuerpo.

Cierra la puerta de una patada, sin miramientos. Sube sus manos hasta la cintura de Clarke y, mientras sus bocas luchan por no separarse, caminan entre tropezones y gemidos hasta su habitación. Se tiran en la cama sin separarse, y la rubia se coloca encima de Lexa. Se sienta a horcajadas sobre sus caderas y, mientras la camarera la observa con los ojos bien abiertos, se quita rápidamente la camiseta, lanzándola a un lado, dejando a la vista el sujetador que cubre esas dos maravillas de la naturaleza. Vuelve a devorar sus labios con ansia. Obliga a que su amante se incorpore y le arranca la camiseta tirándola junto a la suya.

Lexa no entiende nada. Nada de nada. Pero en esos momentos, sintiendo la piel de la inspectora Griffin en la suya, viendo sus preciosos y enormes pechos dentro de ese magnífico sujetador negro de encaje, no quiere pensar, solo dejarse llevar. Los remordimientos no pueden importarle menos teniendo esas maravillosas vistas.

Se revuelcan por la cama de matrimonio sin separar sus labios, acariciándose por todo el cuerpo sin parar. La camarera libera finalmente los pechos de Clarke notando como sus pezones erectos rozan su torso, provocando que se le erice la piel. Esa chica consigue hacerle sentir cosas que nunca antes ha sentido. Demasiadas. Una simple caricia, un simple roce, un gemido con esa ronca voz, y todo su cuerpo reacciona. Se coloca sobre ella, baja con suaves besos por su cuello hasta sus pechos, permitiéndose admirarlos unos segundos justo antes de atacarlos con su boca, aprisionando un pezón entre sus labios y el otro entre sus dedos. Sigue su camino por las curvas del cuerpo de Clarke, besando cada porción de la piel de su vientre, jugando unos segundos con la lengua en su ombligo, haciéndola vibrar. Llega hasta la cinturilla de sus pantalones y besa suavemente la piel que se esconde debajo, mientras poco a poco, desabrocha el botón y baja la cremallera, descubriendo que lleva unas braguitas a juego con el sujetador ya tirado por el suelo de su habitación. Acerca sus labios a su sexo, aún cubierto por aquellas braguitas, notando el calor que desprenden y la humedad que esconden. Sonríe al darse cuenta de lo mucho que consigue excitar a Clarke. Hunde sus dedos debajo de la cinturilla de ambas prendas y las baja, siguiendo el ritmo lento que lleva hasta ahora, disfrutando de cada recodo de la piel de la rubia, que muestra con gemidos el estremecimiento que siente con cada caricia y cada beso. Y ahí se pierde. Después de tirar su ropa al suelo y subir de nuevo besando y lamiendo sus piernas por el interior de éstas, juega, lame y muerde cada milímetro del sexo de Clarke, notando como se remueve y jadea con cada gesto que ella hace, disfrutando de ese sabor que tanto le gusta, dejándose llevar por los gritos que salen de entre los labios de su rubia, que cada vez alza más el tono sin poder controlarse.

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