18. ¿De qué querías hablar?

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Cuando Bellamy deja su casa, Lexa no puede evitar caer en el sofá completamente abatida. Se siente mal, se siente culpable, se siente una traidora, y las lágrimas que empiezan a recorrer sus mejillas no son más que el dolor que explota después de llevar casi todo el día fingiendo que todo está bien ante su hermano. Y aun así, con todos esos horribles sentimientos reinando su mente y su cuerpo, lo único que verdaderamente desea en ese instante, es tener a Clarke de nuevo entre sus brazos y perderse en ella.

Ella, la dura y fría Lexa, la seductora que nunca ha creído en el amor, la invencible conquistadora, rota, llorando en silencio en la soledad de su casa, pensando en la persona que está por perder y en la que está por ganar, uno lleva casi toda su vida acompañándola y la otra no lleva más que unos pocos meses en su vida, y aun así, está dispuesta a luchar por ella sabiendo lo que eso conllevará. Porque sí, porque está segura de que no va a acabar bien, que algo va a fallar, no solo entre ellas, aunque también tiene algunas dudas en ello, si no con su familia, con su hermano, con su madre, aun desconociendo que ésta última ya lo sabe todo.

¿Realmente está dispuesta a perderlo todo por Clarke? ¿De verdad se cree capaz de mantener una relación con ella y que todo salga bien?

Cansada de sentir el dolor de sus costillas y hacerse las mismas preguntas cien veces sin encontrar respuesta, se toma un fuerte calmante que a los pocos minutos consigue darle un respiro a su mente y a su cuerpo, y cae rendida en el sofá, donde se queda dormida durante unas cuantas horas, con sus dudas, sus miedos y sus ganas apagadas por el fármaco.

Tres fuertes golpes en la puerta la despiertan de golpe, y al instante, aún algo somnolienta, sonríe al saber perfectamente quien se encuentra detrás de esa puerta, la única persona que llama así, la única que no le basta con tocar un timbre, la única capaz de dibujar esa sonrisa tonta que ahora reina su rostro.

Mira el reloj de la televisión y ve que han pasado más horas de las que pensaba, es de noche, y se arrepiente porque ahora va a pasarse la noche en vela y eso le pasará factura a la mañana siguiente.

Se levanta poco a poco, sintiendo de nuevo un pequeño pinchazo en las costillas, y se dirige a abrir la puerta antes de que Clarke la tire abajo.

-         ¡Ya voy! – dice alzando la voz para que la rubia pare de golpear la puerta.

Cuando abre la puerta aún con una sonrisa en su cara, se le borra de golpe al verla.

La rubia tiene los ojos rojos y acuosos, el maquillaje corrido, y una expresión de tristeza que al momento le parte el alma, le duele verla así, odia ver a su dulce y preciosa Clarke completamente rota.

-         Pasa – es lo único que alcanza a decir, justo antes de que Clarke se lance a sus brazos y se aferre a ellos, sin acordarse del dolor de sus costillas, lo único que quiere es abrazarla y sentirla, lo necesita más que nunca - ¿Qué ha pasado? – pregunta Lexa mientras cierra la puerta estirando una mano, sin dejar que Clarke se separe de sus brazos.

-         Ha sido horrible Lexa, su cara, sus ojos llenos de decepción, yo...yo... - dice entre sollozos, aún aferrada al cuerpo de la camarera, sintiendo que si la suelta podría caerse de bruces al suelo.

-         Tranquila Clarke, voy a traerte un vaso de agua, nos sentaremos en el sofá y cuando consigas calmarte un poco, me lo cuentas todo mejor – susurra suavemente, intentando separarse de ella, pero la rubia la agarra más fuerte, evitando la opción de separarse.

-         No...espera, déjame abrazarte unos segundos más, lo necesito... - se aferra más a su cuerpo, y Lexa apoya su barbilla en la cabeza de Clarke después de darle un suave beso en el pelo, mientras ésta hunde su rostro en su cuello, respirando su olor, dejándose llevar por las mil y una sensaciones que ese aroma provoca en ella.

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