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IMAGEN: el interior de la casa de Rahim.

—Camina— Desconocido me agarró fuertemente del brazo y me sacó del auto.

Intenté tomarme la situación con calma. Sólo estaba siendo llevada a la casa de quien sería mi esposo y a quien debía jurarle fidelidad, además de que estaba en riesgo de ser matada por todas las faltas de respeto que había cometido en las últimas horas. ¡Que Alá se apiadara de mí ser!

—Te llevaré a que conozcas nuestra habitación y luego...

—¡No pienso dormir contigo!— me separé de él.

—¿De qué hablas?

—Has dicho que...

—Mira, saghir* — él se acercó, agarró mi cara con sus dedos en mi barbilla y apretó hasta hacerme soltar un gemido de dolor— dormirás en el suelo, si quieres, pero dormirás en la misma habitación que yo. ¿Te ha quedado claro?

Agarré su brazo, siendo esa una de las primeras veces que tocaba a un hombre.

—Suéltame.

—¿Te ha quedado claro?— repitió con voz más grave, apretando mi barbilla nuevamente, con más fuerza.

—sí— me obligué a decir. No quería que me diera una golpiza por desobedecerlo. No aún.

—bien— el hombre se alejó, dejándose caer en un sofá cerca de la entrada— quiero que sepas las reglas que debes seguir aquí para no cabrearme y que no quiera matarte— me sonrió de una manera fría, sin gracia— primero, nada de salir. Tienes prohibido poner un pie afuera de la casa sin mi o alguien que yo autorice— se paró, caminó hasta un estando donde guardaba habanos, tomó uno, lo encendió y se acercó— no me hablaras con altanería. No sé cómo es que tu padre te educó tan descarriadamente siendo él como es.

Crucé mis brazos mientras él se acercó. Aspiró una gran calada al cigarro y soltó el aire en mi cara.

—no hagas eso, es repulsivo—moví la mano en el aire, tratando de dispersar el humo.

—tercero— siguió— eres mía. Si te veo si quiera intentando hablar con otro hombre que no sea yo, te castigaré y lo lamentarás— caminó por toda la estancia, luciendo imponente e intimidarte— cuarto, si yo te digo ven, vienes, si te digo que te comas un clavo, lo haces, ¿Me expreso bien?— enfrentamos miradas hasta que dejé caer la mía en un jarrón cercano al sofá—¡No te oigo!

No le respondí. Caminé— corrí— hasta el jarrón, lo agarré y lo tiré en su dirección. Luego, recordé mi tobillo y que no podría correr.

—¡Estúpida mujer!— el hombre se acercó y me arrastró del brazo hasta el pasillo al que todavía no habíamos ido— te quedarás aquí hasta que entiendas quién soy.

—¡Déjame en paz! ¡Por Alá, suéltame!

—¡Vas a conocerme enojado y eso no te gustará, saghir!— él me empujó dentro de la habitación y me caí al suelo— ¡Conocer a Rahim enojado es lo peor que puedes hacer!

Luego de eso, salió de ahí, cerrando la puerta con llave. Pegué un grito por la frustración mientras me paraba y buscaba algo.

Rahim, Rahim, Rahim.

Ahora sabía su nombre, pero eso no mejoraba mi situación. Iba a casarme con él de todos modos— sabiendo su nombre o no— así que me daba lo mismo.

Sólo que ahora, sabía a quién quería matar.

Habían pasado ya varias horas. Debía estar cerca de medianoche cuando la puerta se abrió y Rahim entró. Él seguía con su traje, excepto por el saco y que ahora llevaba las mangas de su camisa arremangadas.

—Levántate—ordenó.

Claramente, no obedecí.

Él se acercó y bruscamente tiró del moño que tenía en mi pelo para pararme a la fuerza. Eso dolía.

—te he dicho que te levantes.

—¡Vete al infierno!

—¡Deja de comportarte como una...!

—¿Una qué?— le grité y, de nuevo, intenté soltar mi pelo de su mano.

El pie me dolía, así que trataba de no apoyarlo mucho y eso me desestabilizaba.

—¡Una rebelde!

—¡Pues lo soy!— grité finalmente. Lo había admitido— ¡No quiero que un hombre me controle! ¡No soy un perro y no tendré un dueño!

—¡Pagué por ti!— me gritó, casi escupiendo en mi cara— ¡Eres mía, te he comprado! ¿Lo entiendes, maldita mujer?

—¡No soy tuya, maleun*!

—acabas de insultarme— se rio— eres una mujer y acabas de insultarme— sonrió cínicamente y el miedo recorrió mi cuerpo. Ahora sí, estaba segura de que iba a morir— te quiero lista mañana a primera hora con el vestido que está dentro del armario.

Rahim me soltó y se acercó a la puerta.

—¿Para qué quieres que me ponga eso?— pregunté un poco desconcertada por no tener una respuesta violenta a mi insulto.

—Porque mañana te casarás conmigo porque, quieras o no, eres mía.

—¡No lo haré!— Volví a cruzar mis brazos y él cerró la puerta.

—¡Espero que te quede el vestido, porque no compraré otro!— gritó desde el otro lado.

Cerré mis ojos y me senté en la cama. Tenía que irme de ahí, pero no había escape. Tal vez si esperaba a mañana, podría escapar antes de la ceremonia.

Además, necesitaba descansar. No solía dormir tan tarde y era evidente que mi día había sido muy agitado. Quería cerrar mis ojos y que cuando los abriera todo eso hubiera sido un mal sueño, pero sabía que era un deseo imposible.

Me dejé caer sobre la cama, sin meterme dentro de ésta, para no parecer que estaba cómoda— porque realmente no lo estaba— y descansar un poco. Finalmente, mis ojos se cerraron y cuando estaba rozando la inconsciencia, un peso cayó a mi lado y tuve la certeza de que era quien decía ser mi dueño.

—Eres una fierecilla, Eumur— dijo. Mi nombre sonó extraño en su garganta; no mal, sólo raro. Jamás lo había dicho— ya verás cómo logro domarte.

No me moví, ni di indicios de seguir despierta, así que él no se dio cuneta. Sólo se aceleró el latido de mi corazón, pero era imposible que él lo escuchara. El sonido de ropa cayendo me hizo querer correr de ahí, pero hice un esfuerzo por no moverme y relajar los músculos de mi cara para no delatarme.

Una vez que el ruido se detuvo, Rahim se acostó del lado contrario al que yo me encontraba. Sabía que no era el suyo, pues la mayor concentración de colonia estaba del lado en el que había caído yo. Supuse que él me reprocharía sobre eso al día siguiente o que se burlaría de mí por haberme dormido.

Tenía que mantener mi mente en blanco y pensar claramente lo que pensaba hacer. Tenía que armar un plan de huida y medir las consecuencias que conllevaba que me saliera mal. Tendría que enfrentar la muerte, de ser así. No tenía miedo a morir, de hecho. Tenía más miedo de seguir ahí, con ese hombre. Incluso comenzaba a extrañar mi vida con Alí y mi padre, porque no les tenía miedo, sólo respeto. Está bien, tal vez un poco de miedo a mi padre, porque Alí jamás me había golpeado, sólo gritado. Podría vivir con eso.

Me dormí pensando en ellos y en mi difunta madre. ¿Qué pensaría ella de mí? ¿Estaría orgullosa por mi rebeldía o me reprocharía por mi falta de obediencia a mi padre y a quien sería mi esposo? A veces rezaba por ella, por su alma en paz, porque encontrara algo después de la muerte y que eso la hiciera feliz— como no lo fue aquí con mi padre y conmigo—, para que pudiera conocer algo bueno.

Mi cabeza vagó alrededor de esas ideas mientras me sumía en la inconsciencia al lado de un hombre que no conocía. No sabía su edad, su nombre completo, su trabajo. Para mí, él era un desconocido. Para él, yo era su esposa.

*Saghir: pequeña.

Maleun: maldito.

Saghir, amor árabeWhere stories live. Discover now