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Al final, Rahim tuvo razón. Me había despertado con mareos y náuseas y tuve que salir casi que corriendo de la cama para encerrarme en el baño para poder sacar todo lo que tenía mi estómago.

―¿Quieres que...?

―estoy bien― todo estaba acompañado por un grado de mal humor considerable y tristeza de vaya-uno-a-saber-porqué.

Rahim apretó los labios pero no dijo nada frente a mi contestación. Se fue del baño, dejándome sola y por un momento me sentí mal. Él no me estaba haciendo daño y yo me comportaba como una perra.

Me enjuagué la boca y mojé mi cara, para sacarme la horrible sensación que dejaban las náuseas y volví a la habitación. Rahim se estaba poniendo unos pantalones color caqui y una camisa olivo.

―lo siento si te contesté mal, pero no me siento bien― dejé mi orgullo de lado y le hablé.

―está bien, Eumur― terminó de vestirse, de espaldas a mí y luego se giró a verme― creo que hoy te quedas aquí― frunció el ceño y suspiró― le diré a Samel que venga a cuidarte.

―¿Quién es Samel?

―es el encargado de la seguridad de la casa―me explicó― suele estar en una casa anexa a esta, pero le diré que venga por si acaso.

―estoy bien― argumenté― no necesito un niñeo, Rahim, por favor.

―lo siento, pero no me vas a hacer cambiar de idea― el hombre se encogió de hombros― no puedo dejarte completamente sola sabiendo que algo pueda pasarte.

―¿Es porque no confías en mí, no? ― pregunté con un poco de temer a que la respuesta fuera afirmativa. Su silencio me lo confirmó― es eso.

―saghir...

―está bien― reprimí unas inestables ganas de llorar― lo entiendo― intenté ser razonable.

―no es que no confíe en ti, pero...― dejó la frase a medias, dando a entender que en realidad no había un pero― no quiero que nada te pase.

―bien― me giré para salir de la habitación, alejándome de Rahim.

Me sentía herida. Yo no estaba haciendo nada para que él desconfiara de mí, de hecho me estaba portando súper bien y él seguía con su actitud.

―Eumur― Rahim caminó a mí al ver que tenía que secar mi cara porque algunas lágrimas caían― vamos, no te pongas así― pasó su brazo por mis hombros y me acurrucó contra él― no lo tomes como una falta de confianza hacia ti...

―pero lo es― lo interrumpí― es por eso que lo haces, Rahim. No soy idiota.

―lo hago para protegerte― habló un poco más seco― a ti y mi hijo. Porque no quiero que anda les pase, ¿Entiendes eso? ― asentí sin estar realmente convencida― bien― miró el reloj que tenía en la muñeca y luego aflojó un poco el agarre sobre mí― debo irme.

―bien― me alejé de él, sin querer retenerlo más.

―¿No me vas a saludar? ― un tono pícaro y divertido salió de su garganta.

―adiós.

―no, así no― Rahim volvió a acercarme a él, pero esta vez de frente― así― bajó su cara a la mía y apoyó sus labios en los míos.

Me costó moverme. La idea de él besándome sin que fuera en contra de mi voluntad era bastante surrealista. Tardé unos instantes en acoplarme a su ritmo, intentando inútilmente meterme en la cabeza que él no iba a hacerme daño.

Saghir, amor árabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora