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―debes darle el pecho nuevamente, Eumur― Aneesa me ha estado ayudando durante los primeros días― cuando ves que empieza a ponerse inquieto debes darle el pecho― me explicó.

―bien.

Cargué a mi bebé― Badr― hasta una de las sillas que estaba cerca de la salida trasera del refugio y desabroché los primeros botones del frente de mi vestido para poder amamantarlo.

Todavía era algo irreal. No podía entender como alguien tan frágil y tan... tan delicado había sido concebido de la forma en lo que lo fue Badr.

―¿Tienes hambre, bebé? ― le hablé, a sabiendas de que él probablemente no me entendería. Lo apoyé contra mi pecho, sintiendo la extraña sensación― a la que estaba empezando a acostumbrarme― del bebé succionando mi pezón.

Escuché un ruido, un golpe y varios gritos. Badr empezó a llorar, separándose de mi e intenté arrullarlo para que dejase de hacerlo.

Aneesa volvió, pálida y me miró.

―debemos irnos. Nos han encontrado.

Mi corazón se disparó por el miedo. ¿Y si me hacían algo? ¿Cómo cuidaría a Badr?

―bien― caminé con el bebé a upa, lo envolví en una manta y lo apreté contra mi pecho. Él comenzó a sollozar, pero tarareé una canción que solía escuchar cuando era una niña y se detuvo, lentamente― Aneesa, necesitamos sacar a todas de aquí.

―lo haremos, está tranquila― me dijo, pero no sonó muy convincente.

―¿Qué necesitas que haga?

―sal por la puerta trasera. Ahí estarán las demás― me indicó― y cuida de tu bebé.

―parece que te estás despidiendo― hablé, dolida.

Aneesa se había convertido, junto con Farah, en unas especies de madres para mí.

Ella me sonrió tristemente.

―esperemos que no sea así― le acarició la cabeza a Badr y luego me miró― vete.

Me alejé, con un presentimiento horrible en el estómago.

―todo saldrá bien― le dije― nos veremos.

Caminé a la salida, donde Yamiela estaba ayudando a las demás.

―Eumur, vamos― me apremió― unos hombres han llegado y están revisando la zona. Debemos salir antes de que nos encuentren.

Asentí y en silencio subí los tres escalones que daban a la puerta trasera. Lamya estaba ahí, junto con Kareena y Safath― sus mejores amigas― a las que habíamos conocido ahí. Dentro del refugio sólo quedaban Aneesa y dos mujeres más.

Se escuchó un grito y me encogí de miedo. Temía por mi vida, por la de Badr, por la de todas ahí. Cada una se había llevado un poco de mi cariño.

―Kareena― la llamé― ¿Puedes tener a Badr por unos minutos? ― además de mi, Kareena era con la única persona que mi bebé se sentía a gusto y no lloraba― por favor, cuídalo.

Ella me miró sin entender mucho.

―lo haré― dijo.

No dudé nada en volver al refugio y encontrar a Aneesa con la hattah puesta.

―¿Qué haces aquí? ― me chilló.

―no puedo quedarme de brazos cruzados, lo siento― me justifiqué― debemos crear una distracción para que las demás puedan irse.

Saghir, amor árabeWhere stories live. Discover now