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Mi esposo detuvo el auto en la entrada de la casa.

Alí y mi padre estaban dentro del coche de mi hermano― sí, un crío de diecisiete años podía manejar―, esperándonos.

―no quiero bajar, Rahim― dije con calma. O eso aparentaba; el simple hecho de saber que mi padre estaba a menos de un kilómetro de mí, me ponía los pelos de punta.

―debes hacerlo, saghir. Es tu padre― murmuró― si quieres puedes salir, saludar y listo―me ofreció― le diremos que estás embarazada y luego te irás a la habitación, diciendo que estás cansada― refinó.

―está bi-bien― dudé un poco, pero terminé accediendo. Mi padre, sin embargo, no lo haría. Cuando supiera que estaba embarazada, lo que menos haría sería dejarme ir al cuarto a descansar.

―él no te hará nada, Eumur― leyó mi mente ― es mi casa y son mis reglas. Aquí se juega mi juego, ¿Entiendes?

―¿Por qué estás ayudándome? ― pregunté un poco recelosa.

La actitud de Rahim era tan ciclotímica que me asustaba. Él siempre quería causarme dolor, ¿Por qué en ese momento estaba ayudándome a evitar que mi padre me lo causara también?

―ya te lo he dicho muchas veces, saghir, la única persona que puede causarte dolor, soy y seré siempre yo, solamente.

Y ahí estaba.

Por un lado, esa respuesta me tranquilizó, por tan estocolmísta que sonara. Que Rahim no fuera a permitir los abusos de mi padre, me daba una sensación entrañable de seguridad. Rahim no me haría daño mientras estuviera embarazada, por lo que tenía un poco de descanso por algunos meses más. Al menos eso esperaba.

Rahim no esperó mi respuesta y se bajó, yendo de mi lado para abrir. De haber querido, no hubiera podido abrirla, por el seguro infantil que tenía el coche.

―ven― me dio la mano y caminó con nuestras extremidades entrelazadas hasta la entrada de la casa.

Mi padre y Alí ya estaban ahí, esperando.

―buenas tardes, Rahim― habló mi padre. A mí, me ignoró ― ¿Por qué tu perra no lleva el velo puesto?

Me quise enterrar en el cuerpo de mi esposo. ¿Por qué él tenía que ser tan... así, conmigo?

―porque yo así se lo permití―calmadamente, Rahim le respondió― ¿Quieren entrar?

Se adelantó a abrir la puerta, soltándome. Me sostuve a duras penas, sin caerme por el nerviosismo que me producían los dos hombres.

―sigues igual de hermosa, hermana― Alí me susurró al pasar por mi lado al entrar. Lo dijo tan bajo, que nadie lo escuchó.

Los matrimonios entre hermanos y primos estaban permitidos. De no haber aparecido Rahim en mi vida, hubiera terminado casada con Alí o con alguno de mis primos. De sólo pensarlo me daban ganas de morir.

Rahim miró a mi hermano con odio, pero lo ignoró.

―prepara algo para comer― mi padre me habló por primera vez.

Cerré mis ojos. Sin esperar nada, empecé a caminar a la cocina. Prefería callarme y hacer las cosas. No me sentía bien y no estaba de ánimos. Además, mi padre era... mi padre. Las cosas con Rahim eran diferentes. Con Rahim tenía otros límites.

Rahim me detuvo del brazo antes de que pudiera avanzar dos pasos.

―ella no es tu esclava, Quâder. Es mi esposa y no tiene porqué ser tu sirvienta― le habló a mi padre― Eumur― me miró― ve a la habitación.

Tenía ganas de tirarme sobre él y abrazarlo. Por fin me iría de ahí para poder alejarme de la presencia temeraria del hombre que me crio.

―¿Por qué tendría que irse? ― Alí miró a mi esposo de manera desafiante― no está inválida, no necesita tu protección.

Esperé a que Rahim dijera algo, pero sólo me miró.

―ve― empecé a caminar, sin dejar de escuchar su conversación― ella está embarazada y necesita reposo porque su embarazo es de riesgo― les dijo.

―esa perra sólo finge, Rahim― mi hermano gritó― ¡Eres una desgraciada, Eumur!

Me dolió, pero intenté ignorarlo y meterme en la habitación lo más rápido que mi mareado cuerpo me permitía.

―no te voy a permitir que hables así de ella― Rahim se acercó a la puerta, la abrió y miró a mi familia― váyanse.

―¿Pero tú quién te crees que eres, maldito infeliz? ― Mi padre se acercó.

―es mi casa, Eumur es mi esposa y ustedes no tienen derecho alguno a tratarla así. Les pido que se vayan y que si tienen algún asunto de negocios, que llamen a la oficina y arreglen con ellos― mi padre y mi hermano no reaccionaron― ¿Qué esperan?

Ambos salieron furiosos de la casa, diciendo cosas que no logré escuchar.

―no, Quâder― le respondió Rahim, entre gritos― tú serás el padre, pero ella es mi esposa y la madre de mi hijo y no voy a dejar que un viejo imbécil como tú les ponga las manos encima.

Cerró la puerta de un portazo y caminó hacia la cocina.

Me deslicé por la pared hasta el suelo e hice lo que menos pensé que haría: me largué a llorar.

Saghir, amor árabeWhere stories live. Discover now