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Uno.

Dos.

Uno.

Dos.

Podría haber contado infinidades de veces la secuencia de las líneas en la mesa.

Uno.

Dos.

Uno.

Dos.

—te he dicho que comas— Rahim, sentado en frente de mí, me habló.

No lo miré. Probablemente, si lo hacía lloraría y no quería mostrarme más débil de lo que ya estaba.

—no tengo hambre— volví a decir.

Era la tercera vez que teníamos la charla del "Te he dicho..." Con mi "No...", lo que sea.

—me importa una mierda si tienes hambre o no. Te he dicho que comas— Rahim se paró e intenté no temblar cuando rodeó la mesa, parándose a mi lado en la silla— párate—Tomando una profunda respiración, lo hice. Él tomó mi lugar en la silla y mi arrojó sobre sus piernas, como si fuera una niña pequeña—¿ Debo darte de comer como a un bebé? Tu rebeldía era una fachada, saghir.

La sangre me hervía con odio hacia él. ¿Qué le había hecho yo pare merecer su trato? Tal vez escapar, golpearlo, insultarlo...pero igualmente, él no tenía por qué tratarme así.

—No soy un bebé—intenté pararme. Su mano se enroscó en mi cuerpo con fuerza, impidiendo que me mueva— puedo comer sola.

—Ahora si vas a comer— Rahim me dedicó una mirada sarcástica— prefiero darte de comer yo, como si fueras un bebé.

—Pero no lo soy— repliqué de nuevo—Además...

Un apretón en mi cadera me hizo callar. Los dedos de Rahim se clavaron en mi piel

—te dije que no me importa lo que digas o pienses— metió una cuchara en el plato y la sacó ya cargada con comida— abre la boca— me negué— ¡Abre la boca!

—¡No! — chillé cuando agarró mi quijada y me obligó a abrir la boca. Mi cara aun dolía por el golpe y, por suerte, no había podido ver mi reflejo en nigún lado. Estaba segura de que me horrorizaría.

—abre la boca, saghir— Rahim metió el cubierto hasta el fondo de mi garganta y la desagradable sensación de sentirme ahogada nuevamente me invadió. Cuando la sacó, mantuvo mi boca apretada hasta que tragué.

Maldito.

—basta, deja de hacer eso— mi voz salió jadeante— puedo comer sola, ya te he dicho.

—¡Te dije que cerraras la boca! — Rahim golpeó su puño cerrado contra la mesa. Una parte de la comida salió del plato.

—para luego tú forzarme a abrirla— grité ya cansada.

—basta, Eumur, ¡Aprende a obedecer!

En la primera oportunidad que vi, me escapé de sus piernas. Él me había soltado para agarrar mi cara y me dio via libre a pararme. No tardé mucho en agarrar el plato y tirarle toda la comida en la cara.

Luego, corrí.

No tenía muy en claro a dónde ir y tenía la desventaja de no conocer la casa. Rahim sí lo hacía. Al final de la cocina, había una puerta que daba hacia el fondo del terreno. Tiré de la manija y gracias a Alá, ésta cedió y pude salir al fondo. Rahim estaba cerca de mí ya y grité cuando dio un manotazo hacia mí, intentando agarrar mi brazo o mi pelo.

Saghir, amor árabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora