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Como no actualicé en mucho tiempo, hoy subo tres capítulos :)

Eumur

Durante un rato largo, Rahim estuvo escribiendo en unas carpetas. Yo estaba sentada, leyendo un libro llamado Las mil y una noches, que me tenía atrapada. Estaba tan compenetrada en la lectura, que casi no escuché cuando alguien golpeó la puerta.

―¿Señor?

Tiré el libro debajo de un almohadón del sillón para que no pudieran verlo. Cuando Rahim me vio ya sin el libro, habló:

―pasa― su voz sonó más grave de lo usual.

―permiso― un hombre vestido de traje entró y se quedó un poco chocado el ver una mujer, yo, ahí dentro. Sin embargo, no dijo nada respecto al tema.

―¿Qué necesitas? ― mi esposo fue al grano, sin esperar mucho.

―necesito su firma aquí para poder emitir los bonos ― le explicó.

Bajé mi mirada, un poco nerviosa de que él me viera mirándolo y me concentré en mis manos sobre mi regazo.

―¿Ella es su esposa? ― preguntó finalmente. Al parecer, la curiosidad ganó.

―si― Rahim habló con la voz apretada― ¿Necesitas algo más? ― entornó los ojos hacia el hombre.

―no, señor― agarró la carpeta que Rahim ya había firmado― gracias.

Salió de la oficina, dándome un último vistazo y cuando finalmente dejó el lugar, pude relajarme.

―¿Qué tanto te miraba? ―No le hice caso y volví a agarrar el libro― te he hablado.

―No lo sé, Rahim― suspiré― tal vez sólo le dio curiosidad el hecho de que estés casado o que una mujer esté aquí.

―no quiero que mires a los hombres que entran aquí, Eumur. Eres mi esposa, no una cualquiera― me riñó como a una cría.

―¡Pero si no lo he mirado, Rahim! ― me defendí― no lo miré, solamente bajé la mirada como se supone que debo hacer y me quedé callada. No te haré quedar mal frente a tu empresa de mierda, puedes estar tranquilo― hablé con los dientes apretados, enojada.

Por primera vez, había hecho las cosas bien y Rahim no se daba cuenta.

―no me hables así― Rahim se paró y se acercó al sofá, sentándose a mi lado― si no te pego es porque estás embarazada y porque no pienso hacerle daño a mi hijo.

―¿Entonces vas a darme vía libre para que haga lo que yo quiera durante ocho meses? ― hablé con un poco de burla― ¡No seas cínico, Rahim!

―no me hables así, saghir― Rahim agarró mi cara para obligarme a mirarlo―no te voy a permitir que me hables así, ¿Entiendes?

―déjame― sacudí la cabeza, pero apretó más el agarre― no vas a lastimarme, Rahim, ¿Crees que me voy a ir de rositas portándome bien por la vida?

―eso deberías hacer― me dijo sonriendo― ¿Por qué no te resignas a esta vida, saghir?

―porque nunca voy a dejar que un hombre como tú me domine, Rahim― casi que escupí las palabras― voy a lograr que esto se acabe, como sea.

Rahim se rio.

―las mujeres son fabuladoras por naturaleza―Rahim soltó mi cara― no caigas en la fantasía de que podrás liberarte de mí, Eumur, porque no voy a permitirlo.

Eso lo llevaba claro desde el segundo en el que mi padre accedió a que me casara con él. En ese momento, mi vida se vio atada a la suya hasta que la muerte nos separara.

―¿Por qué quieres hacerme tan infeliz? ― pregunté después de unos segundos ― ¿Tanto me odias?

Rahim se puso serio. Mi pregunta parecía haberlo descolocado un poco.

―no es que te odie ― Rahim se paró, recomponiéndose― simplemente no voy a darte el gusto― volvió a su escritorio ― no hagas que me arrepienta y sigue leyendo.

Agarré el libro y avancé otras cuantas páginas antes de empezar a sentirme un poco mareada. No quise decir nada, porque en realidad no me sentía tan mal. Probablemente fuera el calor. Me concentré un rato más en el libro, hasta que no pude aguantar.

―¿Dónde está el baño? ― miré a mi esposo― ¡Rahim, el baño! ― dije, creyendo que ya era tarde. Sintiendo la bilis subir por mi garganta.

Rahim me indicó la puerta que correspondía al váter y corrí hacia ahí, arrodillándome frente al inodoro. Saqué todo lo que tenía adentro luego de quitarme la hattah, que me incomodaba. Era ahogador tener eso en la cabeza todo el día.

―¿Estás bien? ― Rahim se paró detrás de mí y sostuvo mi pelo, que caía libre, sin la tela, para no ensuciarlo― estás pálida.

―no me siento bien― murmuré.

Rahim me levantó sin mucha parsimonia y me recostó sobre el sofá en el que había dejado mi lectura. Movió el libro y me estiró sobre la suave superficie. Me dejé hacer, no tenía fuerza para rebatirle.

―te traeré un vaso de agua― habló, saliendo de la oficina.

De nuevo, las arcadas me invadieron. Me paré, mareada y asqueada por el sabor del vómito y me metí de nuevo en el baño. Para cuando el horrible ácido salió de mi boca, Rahim ya había vuelto. De nuevo, me ayudó a pararme.

―ten― me dio un vaso con agua y una pastilla pequeña, blanca― me la ha dado Abdel― me explicó― no es contraproducente con el embarazo― La tomé, confiada. Si sabía algo, era que Rahim quería a ese bebé y que no haría nada por perjudicarlo ― recuéstate ahí― Rahim me encaminó al sillón― te va a dar sueño.

Cerré mis ojos, deseando que la pastilla hiciera efecto rápidamente. Necesitaba descansar y sacarme el horrible sudor que va en el paquete de las náuseas.

―gracias― murmuré medio adormilada.

Rahim musitó algo, pero no lo escuché. Ya me estaba perdiendo en la inconciencia. En la dulce y tentadora inconciencia.

Saghir, amor árabeWhere stories live. Discover now