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MARATÓN III

Eumur.

Rahim se veía cabreado. Mi comportamiento no estaba ayudando mucho que digamos, siendo sincera.

Escupí la sangre que brotaba de mi labio partido— por el golpe que él me había dado— en el suelo y jadeé. El cuello aún me dolía y en ese momento se sumaba mi cara hinchada.

Rahim tiró de mi pelo hacia arriba y tuve que morder la parte sana de mi labio inferior para no gritar de dolor cuando él me levantó del suelo con ese movimiento.

—quiero que te queden claras algunas cosas, Eumur— Rahim caminó llevándome con él a base de tirones hasta la cama — tú no puedes faltarme el respeto, no más.

Se sentó en la cama, acostándome boca abajo sobre sus piernas. Me moví y agarré su brazo para impedir que volviera a retenerme contra él, pero fue más rápido y en un segundo frenó mis piernas con una de las suyas y retuvo mis dos brazos contra mi espalda. No podía moverme.

—¡Déjame en paz, maldita sea!

Él no me respondió. Simplemente levantó la camisa— suya— que llegaba casi hasta mis rodillas y la apiló contra arriba, dejando mi culo libre. Me sacudí contra su tacto, tratando aunque sea de caerme de sus piernas, pero afirmó más su agarre.

—deja de moverte porque estás causándome una erección— gruñó— y al menos de que quieras que sea tu coño quien la baje, dejarás de moverte.

Las lágrimas empezaron a descender por mi cara e hice mi mejor esfuerzo por detenerlas.

Chillé por la sorpresa cuando la mano libre de Rahim se descargó contra uno de los cachetes de mi culo.

—¡Deja de hacer eso!- volví a removerme.

—no vuelvas a faltarme el respeto— descargó de nuevo su palma abierta contra mi glúteo— no vuelvas a insultarme— otra vez— no maldigas— otro y otro— y si intentas escapar de nuevo, esto te parecerá leve con lo que te haré.

Aflojó sus rodillas y mi cuerpo rodó en el suelo. No pude moverme por el temblor en mis piernas— agravado por el esguince— y no moví mi cabeza.

—¿Te ha quedado claro, saghir?

—no puedo faltarle el respeto a alguien por quien no tengo respeto— logré decir.

—¿Así que no me tienes respeto, Eumur? — cínicamente me sonrió y se agachó a mi lado en el suelo— es una pena que vayas a tener que cambiar eso, ¿No crees?

Con una mano, apretó la herida de mi labio y tuve que contener un grito de dolor. Ardía, ardía mucho.

En un rápido movimiento mordí su dedo. No debí hacerlo, ahora me arrepiento. Él reiteró su golpe en mi mejilla y esa vez sí, no pude evitar gritar de dolor.

—acabas de morderme, saghir — hizo un bollo con mi pelo y tiró de él hacia arriba, levantando mi cabeza— ¿Sabes que voy a hacer contigo?

—dejarme en paz— necesitaba escupir la saliva acumulada en mi boca porque si la tragaba, vomitaría. Tenía el sabor metálico propio de la sangre y me producía asco.

—no, saghir, no pienso dejarte por unas cuantas horas—me levantó por debajo de los hombros y tiró sin cuidado sobre la cama— te dije que si volvías a insultarme iba a hacer que no camines por días y no precisamente por lastimarte una pierna.

Agarró mi cara y dejó un asqueroso y húmedo beso en la herida de mi labio, probando la sangre. Mordió duro esa zona en particular para hacer que suelte algún gemido de dolor, pero no le di el gusto.

Saghir, amor árabeWhere stories live. Discover now