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Rahim no había vuelto a la habitación. Según la televisión, ya eran más de las doce de la noche. Estaban pasando una novela, que casualmente se llamaba como el libro que había empezado a leer en la oficina de mi esposo, unos días atrás.

Todavía meditaba si escaparme o no. En mi cabeza había armado una lista imaginaria de los pros y los contras y estaban empatados. Sin embargo, mi balanza se inclinaba más a irme.

Todavía no sabía cómo. Si me encontraban, podía despedirme de mi vida y de la de mi hijo, porque la pena por huir de mi esposo sería la muerte. Sabía que si Rahim me encontraba la historia iba a ser otra. Él no me mataría, me dejaría viva y pasando por los mil y un castigos. Creo que prefiero la muerte.

Me incorporé en la cama con un poco de dolor. Nada que no se pudiera aguantar, aun así era molesto. Saqué las piernas, lentamente y miré el sofá. Rahim había dejado ahí una mochila y no perdí mucho tiempo en ir y rebuscar en su interior, tratando de encontrar algo que me sirviera.

Había ropa mía ahí dentro. Uno de mis vestidos junto con un velo gris claro. Lo agarré rápidamente y me metí en el baño de la habitación para ponerme eso en lugar de la incómoda bata de hospital.

Tardé poco en tener mi rostro cubierto y mi cuerpo vestido con el flojo vestido. Miré por última vez el televisor, ya siendo las doce y cuarto.

Todavía seguía sin saber muy claramente qué iba a hacer o cómo, pero tampoco iba a conseguir nada quedándome ahí dentro.

Corajudamente abrí la puerta. El pasillo estaba desierto y no se escuchaba nada. Era algo norma a esa hora en la sala de internación de un hospital. Con mi rostro cubierto caminé mirando al suelo hasta llegar a la esquina derecha y me fui guiando por los pasillos hasta la recepción. Tampoco había nadie ahí, a excepción del guardia que estaba durmiendo.

Sintiendo la adrenalina, caminé sigilosamente a la puerta y me paré delante de ellas, esperando a que se abrieran. Tenían el sensor de movimiento.

Me gustaba eso de escaparme por la puerta del frente.

Cuando salí al exterior, no pude evitar mirar a ambos lados. Todavía seguía un poco asustada porque Rahim no había vuelto y el salir de ahí había sido muy fácil. La clínica estaba ubicada en las afuera, puesto que solo se veía la ruta y una estación de servicio a algunos metros― más de cien― de ahí. Empecé a caminar hacia el lado opuesto, alejándome del lugar y de lo que parecía ser el lado más civilizado. Esperaba por Alá que Rahim no me encontrara porque no sería capaz de soportar las consecuencias. Ya había sufrido mucho estando a su lado y no podía permitir que le hiciera daño a mi bebé. No tenía otra manera de protegerlo.

Habré caminado unas quince cuadras sin ver a nadie, con la ruta completamente desierta cuando me empezó a dolor el abdomen. Al principio traté de seguir y restarle valor, pero se agudizó al pasar unas cuadras más y tuve que detenerme. No había nada a la redonda más que campo y tierras vacías. Estaba llegando a la zona rural y aislada de la ciudad.

Me arrodillé en el suelo cubriendo mi estómago con los brazos, intentando calmar el dolor. No pude aguantar el grito de dolor que se escapó de mis labios. Me desplomé de costado, intentando aguantar.

Estaba arrepintiéndome de haberme ido. Tendría que haberme quedado en el hospital, tendría que haberme quedado callada cuando Rahim me habló. Tendría que...

Comencé a llorar. Impotencia, dolor― tanto físico como emocional―, angustia. Todo junto.

Sentí pasos por detrás de mí, pero ya no pude hacer nada.

―ella está inconsciente― preguntó una voz femenina.

―debemos llevarla al refugio, ahí la revisaremos bien― contestó otra voz.

―mujer, ¿Cuál es tu nombre?

―Eumur, me llamo Eumur― logré responder― necesito ayuda, mi bebé...

Una de ellas se arrodilló a mi lado y levantó mi vestido. Ambas estaban con el rostro son la hattah.

―tienes sangre.

―he huido del hospital, necesito ayuda, no puedo dejar que mi esposo me encuentre― hable sin freno.

Entre las dos me ayudaron a pararme y a paso lento caminamos unos metros. Imperceptiblemente había un alambrado que abrieron y pasamos.

―bienvenida al nuestro refugio, Eumur. Ahora eres una de nosotras.

Rahim

―Eumur― entré a la habitación de hospital en donde ella estaba. La cama estaba vacía― saghir, ¿Estás en el baño?

Abrí la puerta, sin encontrar nada.

Mierda.

Salí de la habitación y caminé a la recepción. El hombre estaba dormido.

―¡Mi esposa no está! ― grité, golpeando el escritorio― necesito las cámaras de seguridad, ¡Ahora!

―señor― el hombre despertó sobresaltado.

―las cámaras― repetí― ahora.

―eso no es posible, señor, yo no tengo autorización...

―te daré cincuenta de los grandes para que me muestres las putas cámaras.

Al hombre se le abrieron ampliamente los ojos.

―está bien― meditó.

Pasé el mostrador mientras el hombre corría el vídeo de las últimas horas.

―ésta es la cámara del pasillo principal― me dijo.

En la pantalla no se veía nada, hasta que aceleró el vídeo y se vio― luego de varios segundos― como una mujer salía de una de las habitaciones. Claramente, era Eumur. A pesar de estar con la hattah y con un vestido, la reconocía. Además, esa era la ropa que había dejado en la mochila para la mañana siguiente, cuando supuestamente le darían el alta.

―se fue sola― murmuré― ¡Mierda! Se fue sola.

Sin importarme nada, salí de ahí― olvidándome por completo del guardia― y llamé a Abdul.

―necesito que pongas a algunos hombres en el perímetro del hospital rural― le grité ni bien descolgó― ¡Rápido, Abdul! Mi esposa se escapó y necesito encontrarla.

―está bien, señor, lo antes posible estarán ahí.

Colgué y empecé a mirar a ambos lados. Tal vez ella seguía por ahí. A mi izquierda estaba la estación de servicio. Ella debió ir para allí, buscando ayuda.

Empecé a caminar, con la esperanza de encontrarla. Esperaba, también, que hubiera sido lo suficientemente inteligente para no poner en riesgo a mi hijo. Simplemente, esperaba recuperar a mi esposa.


Saghir, amor árabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora