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Rahim.

Logramos terminar rápidamente con todas las formalidades. Quería sacarle ese vestido a la mujer que tenía al lado, pero sabía que sería una tarea difícil a menos de qué lograra tranquilizarla antes.

Las mujeres solteras no podían beber alcohol. Recién lo tenían permitido el día de su boda, haciendo un brindis de su paso a mujer, mi mujer. Así que tendría que convertir ese poco—establecido por nuestro código— en un bastante, para que Eumur fuera más dócil llegada la noche.

Era mi noche de boda y, como toda noche de boda, ésta terminaría con nosotros dos consumando nuestro... Mi deseo de poseerla.

—¿Podemos irnos ya?— Eumur se mostró impaciente cuando el sol comenzó a caer dejando una luz naranja en el cielo, a su paso.

—si—agarré su brazo para guiarla a la mesa donde estaban mis padres. Ella ya los había conocido unas horas atrás y habían congeniado muy bien. Mi padre la miraba descaradamente y me molestó que no le tuviera respeto al mirar así a mi mujer—saludaremos y nos iremos.

—bien.

Eumur no puso mucha resistencia en el camino hasta la mesa. Mi familia más cercana estaba ahí, junto con la suya. Mis padres hablaban con Quâder y su mujer, la madre de Alí. No sabía muy bien cómo, pero la madre de Eumur había muerto al poco tiempo de nacer ella.

—padre, madre—ambos levantaron la cabeza en mi dirección—nos iremos ya.

Todos en la mesa se pararon y mi madre abrazó a Eumur. Mi mujer se quedó quieta frente a ese gesto por parte de alguien a quien ella no conocía del todo.

—tengan un buen viaje, querida.

Eumur murmuró algo que no llegué a escuchar, pero mi madre sonrió.

Al llegar el turno de despedirse de su familia, Eumur tomó una evidente respiración profunda antes de dirigirse a Quâder.

—padre...

—intenta no dejar a mi familia en ridículo—le soltó el hombre.

Eumur caminó lejos, sin meditar otra palabra. Vi el dolor en sus facciones y, cuando levantó un poco su vestido para no ensuciarlo, vi que ella estaba descalza. Que se había casado descalza. Intenté disimular la risa, pero algunas personas parecieron notarlo.

—¿Qué es tan gracioso, hombre?— Ali, el hermano de Eumur me observó.

—nada, cosas mías.

Él no me simpatizaba mucho. Sobre todo al ver la mirada que le daba a Eumur. Él no la miraba con ojos de hermano, si no de hombre lujurioso, como si Eumur estuviera a su alcance.

Nadie más habló. Me alejé con la excusa de buscar a Eumur, lo que no era mentira. Dos segundos que había sacado mi vista de ella y ya la perdía en mi propia casa.

—¡Eumur!— grité cuando la vi.

Ella estaba sentada en un banco que había mandado a colocar algunos años atrás para poder ir a tener mi espacio de soledad.

Me acerqué lo suficiente como para detallar sus facciones y la vi llorar.

—¿Qué quieres?—Eumur se paró bruscamente y pasó el dorso de su mano por su cara, como había hecho al besarnos—¿Has venido a reírte?

La miré un poco desconcertado.

—¿Qué te pasa?— la agarré por el brazo, como ya estaba siendo costumbre entre nosotros.

Saghir, amor árabeWhere stories live. Discover now