Prólogo

100K 5.6K 574
                                    

Sé que dicen que la adolescencia es un tiempo de indecisiones, de grandes cambios que se dan no solo en el cuerpo sino en la mente, y que es en este tiempo en el cual buscamos nuestro propio camino en la vida, mientras forjamos nuestra personalida...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sé que dicen que la adolescencia es un tiempo de indecisiones, de grandes cambios que se dan no solo en el cuerpo sino en la mente, y que es en este tiempo en el cual buscamos nuestro propio camino en la vida, mientras forjamos nuestra personalidad y nuestro destino, e intentamos averiguar quiénes somos y hacia dónde vamos.

Todo eso te lo dicen en la escuela desde que ingresas a la pubertad y te preparas ansioso para vivir esta etapa. También dicen que, luego, en la adultez, todos rememoran la adolescencia como el mejor momento de sus vidas.

Recuerdo que, en uno de los libros de textos, estaba la imagen de un muchacho de pie frente a una bifurcación, como intentando descifrar cual era el camino correcto. Pero ¿qué sucede cuando no existen caminos? ¿Cuándo no sabes ni siquiera de dónde vienes y por tanto no tienes idea de a dónde ir? ¿Cuándo todo lo que has vivido por quince años ha sido una completa mentira?

Yo soy ese chico parado en esa bifurcación, pero no hay caminos a la vista, y ni si hubiera, no tengo ganas de caminarlos. Solo quiero sentarme aquí y esperar, a que el mundo vuelva a girar y todo se coloque de nuevo en su lugar, a que mi padre venga por mí, me tome de la mano y me diga que los dos últimos años no han existido, que todo fue sólo un sueño, que él no está enfermo, que no está muerto y que todo lo que me enteré no es cierto. Quiero que me diga que yo soy Leo, el mismo de siempre, el que conocí desde que tengo uso de razón, el chico divertido, alegre, espontáneo, cariñoso y feliz que solía ser, y no este ser sombrío y triste en el que me convertí.

Sé que no estoy haciendo las cosas bien, uno siempre lo sabe incluso cuando opta por el camino incorrecto, pero no vislumbro salida, y esta la única forma que encuentro de expresar la rabia que llevo dentro, la frustración de mi alma y el enfado que me amarga toda la existencia.

No me quiero mover de aquí, no quiero levantarme de mi cama y enfrentar un nuevo día, no quiero ver de nuevo a Beatriz, no quiero verla sufrir por mí ni por mi conducta. Ya no quiero escucharla llorar mientras habla con su mejor amiga y le cuenta lo mucho que he cambiado y que ya no sabe qué hacer conmigo.

El otro día escuché a mi abue, digo a Irma, diciéndole que yo ya era grande y que ella ya había hecho todo lo que podía por mí, que era hora de dejarme volar y que yo solo aprendería cuando me golpeara por mí mismo. Beatriz le dijo que no iba a rendirse, no mientras viviera bajo su techo, bajo su tutela. Incluso le preguntó si ella se hubiera rendido si uno de sus hijos le hubiera salido como yo. Irma se quedó callada, no contestó. Lo que pasa es que las cosas cambian cuando se trata de tu propia sangre, pensé para mí.

Valoro el empeño que le pone Beatriz a intentar ayudarme y las ganas que tiene de que todo sea como antes, pero no tiene sentido, ya nada nunca será igual y ella no tiene por qué perder su tiempo en mí. No me gusta verla sufrir, pero no puedo ser quien era, no puedo darle un abrazo y un beso, no me sale, no me nace. Todo lo que me nace cuando estoy en su presencia es rabia, rencor, preguntas sin respuestas, e incluso, odio. Y me odio a mí mismo por ello, no quiero ser esta persona en la que me he convertido, pero no puedo, no puedo amarla de nuevo, no puedo perdonarle lo que me ha hecho, no puedo olvidar una mentira cuando esa mentira es mi vida misma.

¿Quién soy yo? No lo sé. ¿Acaso mi nombre es Leonardo? Ni siquiera eso lo sé. Y es horrible, no se trata de una breve incertidumbre que pasará con los años, no es como si me viera en cinco años convertido en un perfecto profesional que sabe qué es lo que busca en la vida. Se trata de que no tengo raíces, cimientos, de que todo lo que creí certero no existe, de que el suelo por el que he caminado toda mi vida se ha movido.

Vicky es lo único que tengo, ella y mis amigos Xavier, Damián y el Chino. Ellos son lo único que ha permanecido estable y que me dan —en cierta forma— algo de seguridad.

Un año, un año es lo que me falta para ser mayor de edad y largarme de esta casa, de este país, de esta vida llena de mentiras que han creado para mí. Un año para que Vicky y yo nos vayamos a vivir a la Argentina, junto a un tío suyo que nos ha prometido empleo. Cualquier cosa con tal de irme lejos y crear una nueva vida donde yo tenga el control, donde yo sea quien decida qué sucede. Donde nadie más me mienta jamás.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora