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Eran cerca de las dos de la mañana cuando oyó la puerta principal cerrarse

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Eran cerca de las dos de la mañana cuando oyó la puerta principal cerrarse. Era Esme que volvía de su cena romántica, Paolo le había dado plazo hasta las dos y cual cenicienta, la muchacha regresaba obediente. Leo se preguntó si acaso habrían tenido tiempo de revolcarse. Bajó para tomar agua a modo de curiosear que tal le había ido, pero lo que vio al llegar a la cocina lo sorprendió. Esme estaba sentada en una silla, recostada en la mesa, descalza y con lágrimas en los ojos.

—¿Qué sucede? —inquirió el chico, ella no contestó—. ¿Esmeralda?

—Nada...

—¿Y lloras por nada? —preguntó.

—¿Qué demonios te importa, Leonardo? —exclamó la muchacha.

—Ey... calma... solo quería saber si estabas bien —dijo Leo y se sirvió un vaso con agua, luego sirvió otro y se lo pasó a la muchacha—. Vamos —añadió.

—¿A dónde? —preguntó ella.

—Solo sígueme —dijo el chico.

Esme se levantó y lo siguió. En la sala, Leo le dijo que lo esperara y ella así lo hizo. Subió por su guitarra y luego bajó en silencio, le hizo señas para que lo siguiera y la llevó afuera.

—¿A dónde vamos? —inquirió la muchacha—. ¡Son las tres de la mañana, Leonardo! —exclamó—. Si papá cree que no llegué me va a matar.

—Duerme como un oso, me percaté cuando fui por la guitarra. Vamos, quiero mostrarte algo.

Leo llevó a Esme hasta el muelle donde la ayudó a subir a Belleza.

¿Por qué estamos subiendo a este barco? Solo falta que la policía nos lleve por irrumpir en propiedad privada —dijo la muchacha.

—Es el barco de Héctor, yo trabajo aquí —explicó y Esme asintió, sabía de su trabajo y del tal Héctor, un señor mayor que había confiado en él quien sabe por qué. Leo se sentó y le hizo señas para que se sentara a su lado, entonces comenzó a rasguear algunos acordes con la guitarra—. Vamos, canta... cualquier cosa, aunque sea esas músicas de la iglesia —susurró.

—¿Qué? —preguntó Esme sin entender.

—Solo hazlo, la música calma el alma —añadió.

Esme asintió y pronto dejó que las melodías la envolvieran, cantaron como tres músicas antes de que ella se quedara callada. Leo siguió sacándole melodías al instrumento, entonces la muchacha habló.

—Tony quiere tener sexo conmigo, ese era su regalo de hoy. Alquiló una habitación la llenó de rosas y... esperaba que... yo... —añadió no pudiendo seguir, la vergüenza la embargaba.

—Espera, ¿ustedes aún no...? —inquirió Leo y dejó de tocar como si aquello que escuchaba fuera algo increíble. Esme negó—. Pero salen hace un millón de años —añadió.

Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora