Epílogo

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(Muchos años después)

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(Muchos años después)

Esme bajó del escenario algo agotada y sudorosa. Se pasó una toalla por el cuello y caminó hasta el camerino. José, su manager, golpeó la puerta un poco después para felicitarla. Leo ingresó tras él emocionado para abrazar a su esposa. Era el primer concierto de la gira de su primer disco y estaba orgulloso de ella. A pesar de que él seguía acompañándola con la guitarra en actuaciones privadas, había decidido mantenerse al margen del grupo, le parecía lo más sano para la relación de ambos que cada uno tuviera sus espacios.

—¡Has estado fantástica! —sonrió aplaudiéndola emocionado.

Luego de un largo rato de festejo y brindis entre productores, músicos y amigos, decidieron regresar a casa. Era tarde y estaban cansados, además la pequeña Rosita estaría hambrienta, aún mamaba en las noches y seguro la esperaba con ansias.

—¿Esme? —La voz aguda de alguien saliendo de algún sitio los hizo detenerse ya cuando iban camino al auto—. Te estaba esperando...

—¿Hola? —dijo la muchacha girándose para encontrarse con una adolescente de unos quince o dieciséis años que los miraba expectante.

—¿Necesitas algo? —inquirió Leo en tono protector, a veces le costaba acostumbrarse a las fans que le salían al paso en todo momento.

—Solo quería... hablar con Esme un rato —pidió la muchacha.

—Ya vamos a casa, estamos algo apurados —respondió.

—Dime, ¿en qué te puedo ayudar? —preguntó Esme al ver la mirada desesperada de la chica. Era morena, bajita de estatura y bastante obesa. Ella estaba acostumbrada a que chicas con problemas de sobrepeso le hablaran, sabía que era como un modelo a seguir para ellas.

—Solo... dime cómo le hiciste... cuál es el secreto —añadió.

—¿Cuál secreto? —preguntó Esme divertida.

—Para animarte a ser quién eres hoy, conozco tu historia, la he leído en las revistas. Dime cómo puedo hacer para ser como tú... por favor —rogó.

Esme se acercó a ella y la abrazó. La chica derramó unas lágrimas confundida y emocionada y se quedó allí entre los brazos de su ídola.

—Escucha...

—Martina...

—Martina... Agradezco tu cariño y admiración, pero no debes desear ser como yo, debes desear ser como tú. Estoy segura de que eres fantástica, divertida y muy hermosa —añadió.

—Soy asquerosa, gorda y buena para nada —dijo la chica bajando la vista avergonzada.

—No, no lo eres. Busca ayuda, Martina, rodéate de gente que te ama y trata de encontrar aquellas cosas de ti que te gustan, luego poténcialas. Siempre habrá algo que no te guste o que puedas mejorar, pero no te enfoques en eso, sino en lo que te agrada. Yo creo que tienes unos ojos preciosos y estoy segura de que tus amigos y seres queridos valoran muchas cosas de ti...

—Gracias, Esme —sonrió con tristeza la muchacha.

—Prométeme que lo intentarás —añadió Esme viéndola con dulzura.

—Lo intentaré, lo prometo —asintió la muchacha y Esme volvió a abrazarla.

Se despidieron y volvieron a la casa luego de pasar por lo de Bea, donde Rosita los esperaba. La niña corrió a los brazos de su madre y esta la cargó con alegría. Se despidieron de Bea y manejaron hasta su apartamento, al ingresar, Esme se descalzó y se sacó aquel vestido que le resultaba algo incómodo, la niña le pidió el pecho y ella se acostó en la cama dejando que su pequeña se acomodara para mamar. Leo las miró enamorado de aquellas mujeres que lo volvían loco mientras comenzó a desvestirse y a prepararse para dormir.

—Lo que haces es muy hermoso —añadió mirándola con ternura—. Tus canciones, las letras llenas de esperanza, estás ayudando a mucha gente, Esme, estás tocando corazones.

——sonrió ella en respuesta.

—Estoy tan orgulloso de ti... y tan enamorado —respondió acercándose y acostándose al lado de ella, siempre dejando en medio a Rosita.

—Solo espero hacerlo bien con ella —dijo Esme y miró a su hija—, a veces las madres no saben el daño que hacen a las niñas cuando hablan de peso, cuando la llaman gorda, cuando se quejan de sus propios cuerpos, cuando persiguen esa belleza plástica que no es real sin darse cuenta de que están dejando un ejemplo en una niña que crecerá creyendo que ese estereotipo de belleza es el único que vale... No quiero ser así, quiero que Rosita crezca amándose tal cual es, quiero que ella sea capaz de ver sus defectos y sus virtudes y crear la mejor versión de sí misma con las cartas que posee, no importa si es baja o alta, gorda o flaca, quiero que sepa que ante todo siempre será única.

—Lo harás bien, Esme... Lo haremos lo mejor que podemos, ya lo verás —sonrió Leo tomándola de la mano por encima de la cabecita de la pequeña.

Rosita dejó de mamar y se acurrucó contra su madre, ya estaba dormida.

—Amo esta familia que hemos formado —dijo Esme sonriendo.

—¿Estás cansada, amor? —inquirió Leo y ella lo observó—. No me culpes, estás hermosa, desnuda y yo tan orgulloso de tu actuación de hoy —se defendió.

Esme hizo un gesto para que hiciera silencio y cargó a Rosita en sus brazos para llevarla a su cuna. Leo se metió bajo las mantas y la esperó allí, cuando regresó, ella hizo lo mismo.

—Hueles a rosas —dijo Leo abrazándola.

—Siempre dices lo mismo —sonrió ella acurrucándose entre sus brazos.

—Eres mi rosa favorita —añadió mientras le besaba el cuello.

—No mientas, ahora tienes dos...

—Ella por el momento es mi pimpollito —añadió y luego la besó—. Gracias por esta vida juntos, amor. Gracias por toda esta aventura y por estar a mi lado en cada viaje.

—Hasta que la muerte nos separe, Leo —dijo ella antes de devolverle el beso.

—Y mucho más allá de la muerte —contestó él.

—Y mucho más allá de la muerte —contestó él

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Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora