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Leo caminó por las calles tranquilas del pueblo y siguió el sonido del mar

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Leo caminó por las calles tranquilas del pueblo y siguió el sonido del mar. El viento golpeó su rostro y dejó que el sol calentara su piel. Se sentó en la arena y encendió un nuevo cigarrillo, se perdió un poco en el paisaje, en el agua clara, en un grupo de jóvenes que jugaba a la pelota a unos metros de distancia, en un niño que hacía un castillo y en otro que corría con su perro al lado. Todos parecían felices.

Leo se preguntó si acaso él sería la única persona infeliz del planeta, si acaso habría alguien más sufriendo lo que él sufría. Deseó estar con Vicky en ese momento y dejarla calmarlo como solo ella sabía hacerlo.

Cerró los ojos y sintió el viento, la calma, el sonido del mar. Pensó entonces que no sería tan malo estar allí, podría imaginarse ese tiempo como si fueran unas vacaciones de un año, antes de empezar a vivir la vida real. Un rato después se descalzó y decidió caminar por la orilla para ver qué había en la costa. Unos cuantos pequeños puestos de venta de pescado se amontonaban uno al lado del otro, focos transparentes colgaban de los techos y postes que rodeaban a los puestos. En una zona rocosa se encontraban muchos pescadores y, un poco más allá, un muelle con un par de botes notoriamente caros, flotaban cerca de la orilla.

La hora se le pasó sin darse cuenta y cuando el fresco de la tarde empezó a caer, decidió regresar para bañarse y poder descansar un poco. Cuando atravesaba la zona de los puestos de venta de pescado, notó que las luces del sitio ya estaban encendidas y la gente comenzaba a llegar. Entonces vio a Esme de la mano de un chico. El chico era delgado, moreno de cabello corto y negro, estaba vestido con un jean y una camisa blanca, Leo se detuvo al ver a la pareja y los siguió con la vista. El muchacho caminó hasta la puerta de entrada de uno de los locales y se colocó un delantal rojo, dio un beso a Esme en los labios y luego ingresó al local. La muchacha lo observó marchar y luego caminó en dirección opuesta con una sonrisa boba en los labios. Leo negó con la cabeza y apuró el paso para alcanzarla.

—¿Tu madre sabe que sales con un chico? —inquirió.

La idea que Leo se había hecho de la familia de Esme era que se trataba de gente tradicionalista y algo machista, pero no era de extrañarse en un pueblo tan pequeño y que parecía haberse quedado en el tiempo.

—Claro que sabe, yo no miento —zanjó la muchacha y Leo sonrió—. Tony es un buen chico, a mamá y a papá les agrada porque es trabajador y responsable.

—¿Y desde cuando salen? —preguntó Leo para tratar de entender como un chico podría salir con esa bolita rosada de carne.

—Hace un tiempo. ¿Tú? ¿Tienes novia? —inquirió la muchacha, Leo sonrió, pero no contestó, no iba a contarle nada de su vida a ella ni a nadie, hacía mucho que había decidido no hacerlo más.

—Entonces, ¿lo amas? —quiso saber cambiando de tema. Esme sonrió con inocencia y Leo negó girando los ojos, odiaba cuando las chicas se volvían estúpidas por un chico.

Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora