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Y en la multitud de la escuela, Leo se encontró solo una vez más

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Y en la multitud de la escuela, Leo se encontró solo una vez más. Los chicos populares lo ignoraron desde que el primer día se puso en contra del líder, además, lo consideraban una amenaza, ya que su aspecto atraía a muchas chicas. Las chicas populares lo ignoraron por defender a Esme y ofenderlas a ellas, y Esmeralda y Tefi también lo ignoraron, la primera porque sentía que eso era lo mejor para la reputación de Leo y, la segunda, por seguir las ocurrencias de su mejor amiga. Así que Leo se pasaba los recesos sentado en una muralla alta —a la cual trepaba por un árbol— y observaba pasar la vida de aquellos muchachos mientras se fumaba un cigarrillo a escondidas.

Los docentes lo tenían en la mira, a ninguno le generaba buena impresión su actitud distante y rebelde. Se había escapado ya dos días cuando debían ir a la misa semanal y se había escondido en los baños a fumar. Luego de ser sancionado, tuvo que participar, y aunque todo aquello le parecía sin sentido, le había encontrado el gusto a escuchar a Esmeralda cantar en el coro.

Ella era la voz principal, y cuando cantaba, Leo sentía una paz que lo transportaba a algo parecido a lo que seguro esa gente creía que era el cielo. Y es que ella lo hacía de una forma única y cargada de sentimiento, Leo se preguntó incluso como es que podía cantar de esa manera canciones tan sosas. Aun así, le gustaba cerrar sus ojos y transportarse en su voz. Miles de veces la había imaginado diferente, como si fuera un hada pequeña, liviana y mágica que se acercaba a él y le encantaba con su canto. Pero luego reía sintiéndose un tonto, y es que, según Leo, la voz de Esme no condecía con su apariencia.

Por las tardes, iba a trabajar con Héctor, que siempre le esperaba con algo para comer y luego le enseñaba cosas sobre navegación que él jamás había imaginado, no era tan sencillo como creyó. Sin embargo, empezó a sentir mucha pasión al respecto de ese nuevo mundo que estaba conociendo y se dejó llevar por el entusiasmo, en sus ratos libres, investigaba todo lo que podía sobre aquello. Héctor volvería pronto a su tierra y no regresaría hasta en tres meses, pero le había prometido que navegarían un día antes de su partida y eso tenía muy entusiasmado al muchacho.

Por su parte, lo único que no le gustaba de trabajar en ese barco era que veía al tal Antonio cada vez que salía o entraba a su puesto de trabajo, y lo peor era que el muchacho solía levantar la mano y saludarle con optimismo. A Leo, ese chico no le caía nada bien, como decía Coti era probablemente una cuestión de piel.

Con el trascurrir de los días fue conociendo más a la familia Maldonado Godoy. Paolo era un machista extremo, se hacía servir todo el día y daba muchas órdenes, sin embargo, le había tomado cariño al muchacho ya que era el único «hombre» en la casa además de él, y era como el hijo que siempre había querido tener pero que «la inútil» de su esposa —como se había referido una vez cuando veían un partido de futbol juntos—, no le había dado.

—Siempre quise tener un varón, pero ya ves... la inútil de Magali solo hizo niñas —suspiró frustrado—. Me hubiera gustado llevarlo al futbol y enseñarle a patear una pelota —añadió—. Tu padre era un hombre afortunado.

Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora