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Una semana después de aquel episodio, Esme se encontraba en la oficina del profesor Aldo, había sido llamada para cantar en una misa especial que se oficiaría en el colegio en honor a una congregación de sacerdotes que procedía de otra localidad

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Una semana después de aquel episodio, Esme se encontraba en la oficina del profesor Aldo, había sido llamada para cantar en una misa especial que se oficiaría en el colegio en honor a una congregación de sacerdotes que procedía de otra localidad. El problema era que Germán, el chico que solía tocar la guitarra con ella, no había asistido a clases y estaba con reposo médico.

—Tendremos que buscar a alguien que te pueda acompañar —dijo el profesor pensativo—. ¿Tienes idea de alguien?

—Bueno, sí, solo que no sé... Leonardo podría, toca muy bien la guitarra... pero no sé si se sabrá las músicas de la misa —explicó encogiéndose de hombros.

Aldo mandó a su secretaria a buscar a Leonardo de inmediato, unos minutos después, el muchacho sin entender por qué, ingresaba algo temeroso a la oficina preguntándose qué había hecho esta vuelta.

Aldo le explicó lo que sucedía, pero Leo estuvo algo reacio, las músicas de la misa no eran lo suyo, las conocía porque prestaba mucha atención a Esme cantándolas, pero no sabía si sería una buena idea. Entonces, Esme le pidió por favor que la acompañara pues no quería tener que cantar a capela. Finalmente, Leo accedió, porque si iban a esa misa tendría permiso para perderse las clases de Ética y Biología y eso le parecía muy interesante.

El profesor Aldo le consiguió una guitarra que mandó traer del aula de música y les pidió que esperaran allí. Antes de salir le dijo que arreglara su uniforme que, como siempre, estaba desaliñado. Leo afinó el instrumento y luego se puso de pie para arreglarse el uniforme. Se desabrochó el pantalón y se arregló la camisa para meterla dentro, Esme abrió grande los ojos al ver sus boxers y Leo rio.

—Me había olvidado de que no tienes experiencia con chicos... aunque al menos ya lo habrás visto desnudo, ¿no? —inquirió.

Esme negó con la cabeza mientras sentía el rubor en sus mejillas, luego miró hacia la puerta.

—Súbete el pantalón antes que venga el profe y nos metas en líos —pidió.

—Exagerada —dijo el muchacho abrochándose de nuevo el pantalón y luego el cinturón—. Tampoco es como si nos encontraran desnudos, uno sobre el otro —bromeó. Esme frunció el entrecejo.

—¡Leo! —dijo sonrojada. El chico rio, le parecía divertido el pudor de la muchacha.

—¿Me arreglas esta maldita cosa? —preguntó mostrándole la corbata.

Esme se acercó y desató el intento de nudo que traía leo, le ajustó el último botón de la camisa y luego le hizo un nudo nuevo. Mientras lo hacía, pensó en que Leo era guapo, sexy y varonil, y que su aroma le agradaba tanto como el de las rosas de su jardín. Curiosamente, Leo pensó en algo similar, nunca la había tenido tan cerca y lo primero que percibió fue el aroma a rosas de Esme, ella olía bien, tan bien como ese jardín en donde solía encontrar paz.

—Rosas... —murmuró. Esme levantó la vista para verlo.

—Me gustan las rosas, su aroma... tengo un perfume de rosas —comentó.

Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora