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Los minutos se convirtieron en horas mientras el cielo se teñía de colores y el sol se escondía en el firmamento, Leo había llorado tanto que sentía que los ojos le escocían, que le ardían, pero al final se había calmado

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Los minutos se convirtieron en horas mientras el cielo se teñía de colores y el sol se escondía en el firmamento, Leo había llorado tanto que sentía que los ojos le escocían, que le ardían, pero al final se había calmado. Levantó entonces la vista para encontrarse con Esme por primera vez luego de que recostara su cabeza en el hombro de la chica, había mojado la blusa de ella y estaba avergonzado. Esme tenía lágrimas en los ojos, y Leo frunció el ceño al entender que ella estaba llorando con él, aun sin saber por qué, aun sin entender lo que le sucedía. ¿Qué clase de persona era esa chica que era capaz de sentarse por horas dejándole llorar en su hombro y llorando con él sin preguntar nada?

Cuando Esme se dio cuenta de que estaba siendo observada, se secó con rapidez las lágrimas que la tristeza de Leo le habían provocado y esbozó una sonrisa algo dulce y avergonzada, algo tierna y llena de melancolía. Leo le devolvió la sonrisa sin evitar pensar que Esme tenía unos ojos realmente bellos.

—Gracias —susurró el chico y ella solo asintió.

—No hay de qué —añadió y Leo se incorporó. Se secó las lágrimas que quedaban en su rostro y miró de nuevo al agua.

—¿No vas a preguntar qué sucedió? —inquirió el muchacho sin entender la actitud de la chica.

—No, si quieres me lo vas a contar —afirmó ella—. Lo que sea, es algo que te hace sentir muy mal y deberías tratar de superarlo u... olvidarlo o... —Se encogió de hombros.

—Yo... no pude ayudar a que mi padre no muriera, Esme —dijo Leo y clavó la vista en el horizonte perdiéndose en sus recuerdos. Era la primera vez que iba a desenterrar el dolor que traía dentro.

—Hay veces que no podemos evitar que las cosas malas le pasen a la gente que queremos, Leo. Tú no tienes la culpa de la muerte de tu padre —afirmó Esme.

—¿Sabes de qué murió? —inquirió el chico.

—Solo sé que estaba enfermo —contestó Esme viéndolo—. Mamá dijo que trataron de hacer todo lo posible.

—Papá llevaba años batallando con una enfermedad llamada mieloma múltiple, una especie de cáncer en la sangre. El médico dijo entonces que el trasplante de médula ósea podía ser una opción. Por supuesto mamá se ofreció a ser donante, pero los resultados determinaron que no eran compatibles, el doctor dijo entonces que yo podría intentarlo, pero mamá se negó. Ella no quería que yo... ayudase a salvar a mi padre y yo no entendía por qué. Yo estaba enojado, con ella, con todos, por no dejarme intentarlo, mamá decía que era muy chico, pero ya no lo era, yo podía tomar mis propias decisiones y quería hacerlo.

—Oh... Por supuesto...

—El caso es que ni siquiera permitía que me hicieran la prueba de compatibilidad, y yo no podía hacer nada porque siendo menor de edad no puedes donar médula ósea sin consentimiento de tus padres. Una tarde, salí temprano de la escuela y fui junto a papá, quería verlo y estar con él el mayor tiempo posible. Su salud se deterioraba con rapidez y yo no quería perderlo, mi padre lo era todo. Cuando abrí la puerta de la habitación, escuché a mi madre y a mi padre conversar con el médico, él les insistía para que yo me hiciera las pruebas y mamá entre lágrimas le dijo que era posible, muy posible, que no fuera compatible porque yo no era hijo de él.

Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora