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Leo se encontraba recostado en el suelo del yate y miraba las estrellas

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Leo se encontraba recostado en el suelo del yate y miraba las estrellas. Le encantaba hacerlo mientras sentía la brisa del mar con sabor a sal, le gustaba sentir el ligero movimiento de la máquina meciéndose en el agua e imaginarse que navegaba en alta mar.

Pensó en su padre y en cuánto lo extrañaba, pensó en los últimos segundos de su vida, en aquellos momentos en que se debatía entre el enfado y la tristeza, entre la negación y el dolor.

—Perdóname, papá —susurró con la vista al cielo y una lágrima se derramó por su mejilla. Llevaba mucho tiempo sin llorar, de hecho, habían sido muy pocas las veces que lo había hecho, el enfado siempre era mayor que la tristeza.

«Perdónanos, hijo»

Recordó las últimas palabras de su padre y le dolió tanto como aquella vez. Estaba triste y se sentía solo. Vicky estaba lejos, no tenía amigos, solo a Esme, pero ella no tenía idea de lo que le pasaba y su madre estaba ocupada mientras intentaba acomodarse a su nueva vida, eso sin tener en cuenta que él la evitaba. Se sintió así mismo como en ese momento, como si navegara a la deriva en alta mar, en un barco sin timón, sin rumbo, sin respuestas.

—¿Por qué? —se preguntó en voz alta—. ¿Por qué me dejaste? ¿Por qué me mintieron? —inquirió.

Se quedó allí un buen rato, casi adormilado por el sonido del mar y el movimiento del barco, entonces oyó unas voces y unas risas que le parecieron conocidas. Levantó la vista y ahí estaba él, Antonio, abrazado a una muchacha de pelo negro que estaba en traje de baño. Tenía la mano derecha en la nalga de la chica y ella reía mientras lo besaba. A Leo le dio asco, odiaba a ese chico y ahora más. ¿Cómo podía estar haciéndole eso a Esme mientras ella estaba en su casa cuidando de su hermana?

Se levantó y caminó hasta él.

—¡Tony! —le saludó acercándose. El chico se volteó a verlo y abrió los ojos confundido alejándose de la muchacha.

—Leo... ¡Hola! —saludó pasándole la mano como si no estuviera sucediendo nada. Leo no le respondió el saludo.

—¿Qué haces? —inquirió y miró a la muchacha con desprecio.

—¿Yo? Nada... bueno, salimos temprano y vinimos a la playa... La noche está caliente —añadió y observó a su alrededor—. Ella es Lara, una compañera de trabajo. —La presentó.

—Hola, guapo —dijo Lara acercándose.

—Hola, Lara. Soy Leo, amigo de su novia —exclamó con la intención de dejarlo mal parado pero la chica solo sonrió.

—Ah, de la gordi —afirmó.

—Esmeralda, se llama. —La corrigió Leo—. Y creo que le gustaría enterarse de esto...

—Leo, no hace falta que le digas nada —dijo Tony acercándose con tono amigable—. Somos hombres, tú sabes... esto... es natural —añadió el chico mirando a la muchacha—. Tú me entiendes, ¿no? No podemos estar con una sola chica, ¿no crees? Esme es... bueno, muy buena, muy... inocente... y la quiero así porque será mi esposa y la madre de mis hijos, pero... hay que divertirse, hermano. ¡Lara puede presentarte a una amiga y nos la pasamos bien los cuatro! ¿Qué te parece? —inquirió. Leo lo miró con asco.

Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora