Capítulo 14. No me gusta.

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Hoy estaba de muy mal humor. Y no era porque mi mamá había exagerado porque no me despertaba. Eso ya había ocurrido antes. Era porque me había dormido y ya llegaba terriblemente tarde. Odiaba que me pasara eso. Avisé a mi madre que hoy trabajaría hace días y ella lo recordó y me despertó. Pero una hora después. No tendría tiempo de aprender. Mamá, en el desayuno exprés que me hice hoy, me abordó hablándome de Nicolas, y yo la callé diciéndole que no estaba de humor para su romanticismo y volví a repetirle que éramos amigos.

Cuando llegué a la cafetería suspiré de alivio al ver a pocos clientes y me retoqué el pelo que se me había volado con el viento mientras venía en la bicicleta prestada de mi vecina.

En el mostrador una chica alta y delgada levantó la mirada de la caja registradora y acercándose a ella sonrió.

—¿Tú debes ser Lia, no?— preguntó alegremente. La observé. Su cara era redonda y su piel era rosada. Tenía pecas por ambas mejillas y en el puente de la nariz. Grandes ojos color miel me miraban desde lo alto a la espera de una respuesta. Era altísima y su pelo lacio caía por su espalda en una coleta.

—Sí, soy Lia— contesté al fin y extendí mi mano por cortesía.

La tomó y sonrió.—Pamela.

Asentí.—¿Llego muy tarde?— pregunté con precaución.

Ella negó la cabeza.—No, tranquila. Ven sígueme— dice y me hace señas para que la siga hasta al fondo del local. 

Al lado de los baños están los vestidores para los empleados. Entramos y me mira de arriba abajo.

—Elegiste bien tu ropa hoy— sonríe.— Ese jean negro lo puedes usar aquí, solo tendrás que cambiarte la remera por ésta y ponte el delantal— dice y me entrega el uniforme. 

—Vístete, cuando estés lista ven a verme.

Rápidamente me cambio y dejo mi ropa en una taquilla que me ha sido asignada. El uniforme se basa en unos pantalones negros, una remera color crema y el delantal de la cafetería que es rojo y negro con un dibujo de un café en el centro.

Vuelvo a reencontrarme con Pamela en el mostrador. 

—Bien, lo primero es lo primero. Te quedarás aquí cobrando y me observarás trabajar hasta el mediodía. Luego de eso, empezarás tú. 

Asiento y Pamela me muestra cómo funciona la caja registradora. El resto de la mañana me la paso cobrando y observando cómo Pamela trabaja, es sencillo. Cuando llega mi turno estoy nerviosa pero segura y los primeros cafés que sirvo me van bien. Una pareja entra en la cafetería y se sienta y rápidamente voy a atenderlos. Tomo su orden y vuelvo al mostrador para pasársela a los cocineros. 

—Dos tostados y dos cafés cortados— digo sonriendo. 

Peter, el cocinero, un hombre de no más de treinta años me sonríe devuelta y me pasa los tostados. Yo me encargo de los cafés. Tomo dos tazas, los sirvo y les hecho un chorrito de leche. 

—¿Cómo te está yendo?— pregunta una voz híper conocida a mis espaldas que me hace sobresaltar. 

—¡Nicolas!— le grito y salgo del mostrador para abrazarlo.— Bien, perfecto. ¿Y Mel? ¿Cómo está?

Me sonríe y señala detrás de él— Bien, con el tobillo enyesado. ¿Nos tomas la orden?

Asiento y le digo que espere un minuto antes de darles la orden a mis anteriores clientes. Voy a su mesa y veo a tía Elena, a Mel y a Nicolas sentados.

—¿Qué van a pedir?— digo en todo divertido y libreta en mano.

—No lo sé... tú dinos— me contesta Nicolas divertido. 

¿Y si te robo un beso?Où les histoires vivent. Découvrez maintenant