Capítulo 36.

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Zachariah me llevó a la parte trasera de su casa sin darme tiempo para saludar a su madre que nos miró y sonrió. Una vez que subimos al ático tapó mis ojos con sus manos y me llevó dentro. —Sacaré mis manos. Mantén los ojos cerrados y no seas tramposa. 

—De acuerdo, de todas maneras estás ensuciando mis anteojos no veré nada— sonreí.

—Ups, lo siento— se disculpó y sacó sus manos junto con mis anteojos.—¡Manten los ojos cerrados!

—Sí, sí— presioné con fuerza mis párpados juntos para que viera que tenía los ojos cerrados.

Volvió a ponérmelos y dijo: —Ya puedes abrirlos.

Y los abrí. Llevé mi mano hacia mi boca. Delante de mí tenía la cosa más hermosa que habían hecho para mí. Zachariah había decorado todo el ático. Había colocado un colchón de dos plazas y lo había hecho cama en el suelo junto con los cojines de la otra vez y flores. Había pétalos de flores como decoración, también. Era todo muy... romántico. Lo miré.

—Es precioso— dije. 

—¿Lo crees? No soy bueno para esto— se encogió de hombros.

—Lo creo— dije y me acerqué a él. Pasé mis brazos alrededor de su cuello. —Es hermoso. 

Sonrío y unió nuestros labios pasando sus manos por mi cintura y me apretó contra él. Nuestros labios se movieron al compás. Zachariah mordió mi labio inferior pidiendo entrada a mi boca y así lo hice. Nuestras lenguas se chocaron. Subí mis manos hacia su cabello suave y tiré de él. Zacha gruñó e hizo algo que nunca antes. Bajó sus manos a mi trasero apretándolo y presionándome contra él. Gemí. 

No sé en qué momento comenzamos a caminar, lo único que sabía era que me había caído contra el colchón y que Zacha ahora estaba encima de mí. Se separó abruptamente. —No— dijo.

—Espera, ¿qué?— pregunté confundida y sorprendida. 

Sonrío para tranquilizarme. —No te traje aquí para tener sexo, nena. 

—¿Ah no?— pregunté irguiéndome en la cama. 

—Nop— dijo y se levantó acercándose al pequeño armario que había en el ático.

Del armario sacó una pequeña caja y volvió a recostarse a mi lado. —Ten— dijo dándomela.

—¿Qué es?— pregunté tomándola.

—Tu regalo.

—¿Otro?— pregunté. —No era necesario, ya has hecho mucho por mí hoy— puso un dedo en mis labios. 

—Shh, ábrelo. 

Lo miré a los ojos y luego abrí la caja. Dentro había un pequeño colgante con la letra L, la inicial de mi nombre. Era de letra cursiva y plateada. Era sencilla y delicada a la vez. 

—¿Te gusta?— preguntó en un susurro. 

—Me encanta— contesté parpadeando para apartar las lágrimas de mis ojos. Me había emocionado.

Zacha lo notó y sonrió. Me dio un corto beso antes de tomar el colgante de mis manos y darme la vuelta para ponérmelo. Sentí el metal frío contra mi pecho y como se fue calentando por el calor de mi piel. Nunca antes había tenido un colgante. Se sentía lindo.

Me di la vuelta para agradecerle, pero no tuve tiempo de hacerlo Zachariah tomó con sus manos mi rostro y me besó. Cuando nos separamos volvió a levantarse y acercarse al armario. De allí sacó una computadora portátil y paquete de palomitas.

—¿Vemos una película?— dijo en tono divertido. Ambos sabíamos que iba a ser lo que menos haríamos. 

 La película comenzó. Yo tenía mi cabeza apoyada en el pecho de Zacha y estábamos abrazándonos. Podía sentir su mirada en mi cabeza. Lo pellizqué debajo de la costilla dónde estaba mi mano.

¿Y si te robo un beso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora