Capítulo 22. Te necesito.

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—¿Lia?— me preguntó mamá al ver que yo no parpadeaba y no emitía sonido alguno. —¿Lia estás bien?— negué con la cabeza. Me tomó de los hombros y me hizo sentarme en una silla. Robert me dio un vaso de agua. 

Tomé un sorbo. —¿Cómo que papá ha vuelto? ¿Qué quiere ahora?— pregunté cuando encontré mi voz de vuelta.

—No lo sé— contestó mamá—. Dijo que quiere disculparse. 

—¡Disculparse!— grité levantándome. —¡No me interesan sus disculpas! ¡No quiero nada de él! ¡No voy a verlo! ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio!

Mamá me abrazó intentando calmarme pero yo conseguí soltarme de su abrazo y correr escaleras arriba para meterme en mi habitación. Me acosté en la cama y abracé mi almohada sollozando. Todo lo vivido hace dos años se reprodujo en mi mente. Mi padre gritando a mi madre y maltratándola. Mi madre llorando. Mi madre tomando pastillas antidepresivas para simular estar bien. Mi padre diciendo la frase que me destrozó y me llevó al intento de suicidio. Lo odiaba y lo sigo odiando. Nunca lo perdonaré. No voy a aceptar sus disculpas. 

Se escucharon unos golpes en la puerta. —Lia, cariño, no tienes que verlo. Yo sólo quería que lo sepas— terminó de decir mi mamá entrando en mi habitación. Se acercó a mí y me abrazó. Esta vez dejé que lo hiciera. Acarició mi espalda esperando que me calmara y dejara de llorar. 

—No permitiré que se te acerque, Lia— murmuró mamá. Me alejé de ella y la miré a los ojos. 

—No vas a perdonarlo, ¿cierto?— pregunté. No contestó. —Mamá no puedes perdonarlo. Después de todo lo que te hizo...

—Perdonar es dejar ir— me cortó. —No lo entiendes ahora, pero cuando sea el momento lo harás. Debo perdonarlo y dejarlo ir. Perdonarme a mi misma por hacerte pasar todo aquello...— dijo acariciando mi rostro con una mano. La aparté y me levanté. 

—No puedo creerlo— dije con incredulidad antes de salir de mi habitación. Al pasar por la puerta choqué a Robert con mi hombro y bajé las escaleras. Necesitaba salir de allí ahora mismo. Tomé mis llaves y salí de la casa. 

No tenía ningún lugar a dónde ir, más que la casa de mi mejor amiga. Caminé las pocas cuadras que separaban mi casa de la suya y al llegar toqué timbre. Me atendió Giuli.

—¿Quién es?— preguntó alegremente.

—Giuli soy Lia, ¿está Nare?— pregunté con la voz temblorosa. 

—No, ella no está— contestó a través del portero inalámbrico.

—¿No está? —No está, ¿a dónde voy ahora?, pensé.

—¿Quién es, Giuli?—  se escuchó de fondo la voz de Zachariah.

—Es Lia— contestó la niña. —Está buscando a Nare pero ella no está. 

—¿A estas horas? Ya es hora de cenar... Ve Giuli, yo me encargo— escuché como le dijo a Giuli.—¿Lia? ¿Qué sucede?

—Yo...— mi voz fue oprimida por el nudo en la garganta que tenía. —Te necesito— logré susurrar. 

No sé si Zacha lo escuchó pero escuche el zumbido de la puerta abierta. Entré y caminé hasta la entrada principal. Estaba por golpear mis nudillos para llamar cuando la puerta se abrió sola. Zachariah estaba allí mirándome con preocupación. Al ver mis ojos rojos de recién haber llorado, me tomó de la mano y prácticamente me arrastró a su habitación.   

Al llegar cerró la puerta y me abrazó fuertemente. —¿Qué ha pasado, Lia?— negué con la cabeza sobre su pecho. Y me separé para sacarme los anteojos, molestaban mucho al abrazarnos así. Zachariah los tomó y los apoyó en su mesita de luz. —¿No quieres hablar de ello?— preguntó. Volví a negar con la cabeza. Me llevó hasta su cama y nos sentamos aún abrazados. 

¿Y si te robo un beso?Where stories live. Discover now